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Antonio muestra emocionado la foto de sus dos pequeñas, que fue lo único que pudo traerse de Rumanía. Javier Carrion / AGM

«Existen muchas formas de matar a un hombre en vida y esta es la peor de todas»

Antonio Martínez, el promotor de Trampolín Hills, logra que la justicia rumana declare que su exmujer secuestró a sus dos pequeñas, pero le impiden traerlas a España

Martes, 22 de agosto 2017, 03:33

Antonio lleva dos años y siete días sin escuchar a su pequeña María, a su princesa, cantarle bajito la historia de un oso peludo y barrigón. Probablemente, a estas alturas, la chiquilla hasta la haya olvidado o la tararee en rumano. Pero aunque lo hiciera en chino mandarín, en árabe o en swahili, a Antonio, antiguo vendedor de melones a la orilla de las carreteras, antiguo magnate del ladrillo, antiguo presidiario y actual 'chapuzas' de lo que vaya saliendo, le sonaría a música celestial siempre que pudiera tener a la chiquilla en sus rodillas o recostada sobre su pecho.

Dos años y siete días, recuerda con precisión de cronógrafo suizo, han transcurrido desde que su exmujer, Simona S., subió a un avión a María, que entonces contaba cuatro años, y a Rocío, de seis, y se marchó con ellas a su Rumanía natal con el aparente fin de disfrutar de unos días de vacaciones. El 17 de septiembre, día en que estaba previsto su regreso, Simona le envió un mensaje de WhatsApp para decirle que había escolarizado allí a las pequeñas y que se olvidara de volver a verlas.

  • 1 ¿Qué es la sustracción internacional de menores? Aquella situación en que uno de los progenitores (el progenitor sustractor), sin el consentimiento del otro progenitor y sin autorización judicial, traslada o retiene a un hijo menor de 16 años desde el estado donde este reside habitualmente a otro estado diferente de manera ilícita; esto es, sin estar autorizado para hacerlo.

  • 2 ¿Qué puedo hacer para prevenir que se lleven a mi hijo? Trate de negociar una solución amistosa con su pareja que sea por el interés superior de su hijo; póngase en contacto con la autoridad expedidora de pasaportes o carnés de identidad para impedir que se expidan nuevos documentos de viaje a su hijo; solicite al juzgado competente las medidas necesarias para evitar la sustracción de los hijos menores por alguno de los progenitores o por terceras personas y, en particular, las siguientes: prohibición de salida del territorio nacional, salvo autorización judicial previa; prohibición de expedición de pasaporte del menor o retirada el mismo si ya se hubiera expedido; sometimiento a autorización judicial previa cualquier cambio de domicilio del menor.

  • 3 ¿Qué puedo hacer si se han llevado a mi hijo?La Subdirección General de Cooperación Jurídica Internacional del Ministerio (sustraccionmenores@mjusticia es) es la autoridad central encargada de recibir las solicitudes de restitución y trasladarlas a las autoridades competentes del país a donde el menor ha sido trasladado. Si el menor ha sido llevado a un país que no es parte en el Convenio de La Haya, el Ministerio de Justicia carece de competencia. En este caso, podrá iniciar el procedimiento de restitución litigando directamente en el país donde se encuentra el menor.

  • 4 ¿Cuánto puede costar el procedimiento? Los trámites que realiza la autoridad central no implican gasto alguno Sin embargo, las actuaciones judiciales en algunos países sí generan gastos (tasas judiciales, costas, abogados, etc). La factura, en algunos casos, se puede volver desorbitada.

Desde entonces, afirma Antonio, no ha transcurrido un solo día de su vida sin que las lágrimas hayan aflorado incontenibles a sus ojos.

«He perdido hasta la vista de tantas lágrimas. Los médicos me dicen que tengo que parar de llorar, ¡pero cómo voy a parar si no tengo conmigo a mis chiquillas...!», argumenta, deshaciéndose de nuevo en lágrimas.

Después de 737 días de dura batalla judicial, en los que ha logrado que tanto la justicia española como la rumana hayan fallado contra Simona S. y hayan declarado que la mujer incurrió en un secuestro internacional de menores, el desenlace no ha podido ser más cruel para este hombre de negocios venido a menos.

«Existen muchas formas de matar a un hombre en vida, y esta es la peor de todas», afirma a modo de resumen. Lo que ocurrió es que días atrás recibió una notificación de los tribunales rumanos para informarle de que se iba a proceder ya a entregarle a las crías. «Decía que eran españolas, que eran mías y que podía traérmelas a España». Y le recomendaban que se desplazara a Rumanía con la mayor discreción posible, con el fin de no alertar a la madre de las pequeñas y evitar que pudiera volver a huir con ellas, o adoptar alguna medida para entorpecer la entrega.

«Ni siquiera di mi DNI en el hotel, porque además he estado recibiendo amenazas de muerte desde que inicié este proceso», señala.

Por eso su sorpresa fue mayúscula cuando llegó a la vivienda junto a su abogada, una traductora y el ejecutor de la sentencia y se dieron de bruces con un nutrido grupo de periodistas y, lo más preocupante, una colección de 'gorilas' de siniestra apariencia. «Eran 'armarios' de dos metros, que se rascaban la barriga delante de mí y que se dedicaban a grabarme con sus teléfonos y a provocarme. Salí vivo de allí porque Dios existe», rememora.

Después de horas de negociaciones para tratar de que Simona entregara a las pequeñas, una psicóloga acabó firmando un informe en el que desaconsejaba el traslado a España. «Aquello fue una encerrona. Estaba todo preparado y todo comprado. La psicóloga era una vecina de la familia, que dijo que llevaba dos años siguiendo la adaptación de las niñas. Todo fue una tomadura de pelo», se indigna Antonio. «Ni siquiera pude abrazarlas, ni darles los regalos y la ropa que les había comprado. Me pasé una hora y media arrodillado, pidiendo que me dejaran darles un beso».

Apenas pudo verlas un ratito, a una distancia prudencial, y tomarles con el móvil una foto que ahora mira continuamente. «Han crecido y están guapísimas», comenta con lo que suena a orgullo de padre.

Hasta ahí llegó su aventura rumana. Impotente, destrozado emocionalmente y con el miedo metido en el cuerpo, pues afirma que temía por su vida, acabó acudiendo a la Embajada de España en busca de apoyo moral -«el agregado no se podía creer lo que había ocurrido»- y cogió el primer avión de vuelta a España.

Ahora, con la esperanza agonizante, se encomienda a unas gestiones diplomáticas que confía en que acaben ofreciendo algún fruto. «Estoy desesperado; en las últimas. Cuando veo las ropitas de mis hijas, ganas me dan de pegarle fuego a la casa conmigo dentro».

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