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CÉSAR GARCÍA GRANERO
Viernes, 27 de febrero 2015, 01:30
Hasta las narices del estupendismo del fútbol, donde los jugadores se creen estrellas antes que deportistas, remansar la mirada en una especialidad como la marcha es un soplo de aire fresco. He hablado con José Antonio Carrillo en alguna ocasión y con Miguel Ángel López un par de veces, y no he visto divinismo alguno, pese a hacer de la marcha un deporte cinco estrellas, junto a otros. ¿Se imaginan algo así en el proceloso mundo del fútbol, donde unos niñatos son capaces de convertir la Barcaccia de Bernini en una portería improvisada?
Carrillo, el alma de la marcha en la Región y padre del UCAM Athleo Cieza, me contó una vez que empezaron hace más de 30 años entrenando en el río con bambúes como pértigas, palos de escoba como jabalinas y cañas y esparto como vallas. Eso no era ir a entrenar: era ir al tajo. Como Ferrán Adrià, del que una vez leí que empezaron con unas pocas sartenes y tenían que turnarse en la cocina para hacer los platos.
Han hecho un emporio de una tienda de ultramarinos. Su mérito es formidable, y al contrario que en el fútbol, no miran por encima del hombro ni caminan sobre pedestales. Los mantiene en pie su esfuerzo, no su vanagloria.
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