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J. G. PEÑA
Lunes, 28 de julio 2014, 00:29
«En mi casa se decía siempre que la madre de los imbéciles está siempre embarazada». La respuesta es de Vincenzo Nibali, que ayer ganó en París el Tour que acabó con victoria al sprint de Kittel. La pregunta, inevitablemente dirigida a un vencedor de la ronda gala, le cuestionaba sobre el dopaje. «Siempre habrá tramposos (imbéciles), pero el ciclismo ha cambiado». Y él, jura, es la prueba. «Sin tantos controles, yo no estaría aquí, en lo alto del podio», repite. Coge la bandera del renacimiento de un ciclismo sin aditivos médicos. Hay un dato que apoya la teoría del cambio: el regreso a la cima de los corredores franceses.
Jean Christophe Peraud ha sido segundo, Thibaut Pinot tercero, Romain Bardet sexto a dos segundos de la quinta plaza y el Ag2R ha ganado la clasificación por escuadras. Tras el 'escándalo Festina' que en 1998 acabó con el mejor equipo galo y manchó a Virenque, estrella nacional, Francia inició su catarsis. Bajó la velocidad, dejó de trucar los motores y pasó a ser un comparsa. Desde 1997 el ciclismo francés no subía al podio. Con el Tour como motor para sostener carreras y equipos, soportó la travesía por el desierto. Asistió como testigo lejano a la era contaminada de Armstrong, purgó sus viejos pecados y educó a las nuevas generaciones en el rechazo a la trampa.
Hoy, Francia tiene el ciclismo más saneado, más equipos que nadie, el calendario de carreras más completo y, al fin, ciclistas nuevos como Pinot, Bardet y Barguil capaces de tutear al resto del mundo. Nibali, pese a las dudas que arrastra su sulfuroso equipo, el Astana de Vinokourov, es el abanderado de este nuevo ciclismo. Y Francia, la prueba. Eso sí, nadie está libre de que la madre de los imbéciles dé otra vez a luz.
Nibali, que va a cumplir 30 años, suma este Tour a la Vuelta 2010 y el Giro 2013. A su edad, el triplete ya lo tenían Anquetil, Gimondi, Merckx, Hinault y Contador. Nibali ha tardado más. Es un campeón de cocción lenta. Eso, vuelve a jurar Nibali, sirve también como argumento de su limpieza. No es una aparición sospechosa. Viene de lejos. Su director en el Astana, Martinelli, dice que Nibali «es el mejor» ciclista que ha dirigido.
Martinelli conducía a Pantani en 1998, en el último Tour italiano hasta ayer. Antes había ganado el Giro con Roche, Simoni, Cunego y también con Nibali. «Vicenzo tiene un motor enorme. Es el Gimondi moderno, más humilde». Esa modestia del emigrante del sur que busca el dorado en el norte, en la Toscana, marcó su carácter. Firme y reservado. Aguantó en primavera la bronca de Vinokourov, harto de pagar tres millones al año a un líder que nunca ganaba. Calló ante los pronósticos previos al Tour, centrados solo en el duelo Froome-Contador.
Con el de Pinto ausente, las esperanzas españolas estuvieron en Valverde, enorme corredor y cuarto en este Tour, la carrera que le supera. El murciano, Contador, Purito y Samuel Sánchez son el final de la gran camada del ciclismo español. A su rueda apenas viene nadie. Quizá Jon Izagirre, Jesús Herrada, David de la Cruz, Mikel Landa... España ha seguido el camino contrario al de Francia. En plena abundancia de triunfos se ha quedado sin equipos -solo el Movistar permanece en la élite-, casi sin carreras y sin apenas cantera. Valverde, en Peyragudes en el Tour 2012, es el último ganador de etapa. Zubeldia ha acabado octavo.
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