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El profesor y poeta Antonio Aguilar. Los versos escritos en la pizarra son suyos.
«Trabajar con jóvenes me da alas»

«Trabajar con jóvenes me da alas»

El profesor y poeta Antonio Aguilar habla del reencuentro con el amor en 'La noche del incendio'

Antonio Arco

Lunes, 27 de junio 2016, 11:44

«Evito a los cenizos, pero a estos los disculpo, y a aquellos que no me desean el bien. Eso lo he aprendido hace poco, pero me sale bien», reconoce Antonio Aguilar (Murcia, 1973), profesor y poeta. Suyo es el libro 'La noche del incendio' (Huerga & Fierro), y suya es la suerte de sentirse exultantemente vivo.

-Y ahora que ha llegado usted, ¿qué podríamos no hacer?

-Tal vez no hacer o hacer nada o hacer simplemente lo que nos apetezca, nosotros ponemos los límites.

-¿De qué trata su poemario 'La noche del incendio'?

-De tomar conciencia de los reencuentros, del reencuentro con la poesía y del reencuentro con el amor. Creo que hay cosas que no podemos dejar de hacer y que ese es el sentido de nuestra vida, encontrar ese estado en el que los únicos límites sean los de la apetencia, lo que no deja de ser un pensamiento ingenuo en realidad. Saltando sobre la obviedad, creo que a veces hay que olvidarse de que no todas las cosas en la vida dependen de nosotros y vivir como si así fuera.

-¿Qué voces ha escuchado a través de los árboles del bosque?

-Escuché una canción de Los Chichos a través de los ribazos de una huerta cercana al río y la tarde se convirtió en verano. Uno nunca sabe qué va a escuchar hasta que no presta atención. A veces escuchas la tradición, que no es otra cosa que las lecturas que nos inquietaron en otro tiempo y que se quedaron debajo de la epidermis -por ejemplo, cada vez que escribo recuerdo el 'Odi et amo' de Catulo-, otras veces escuchas algo impreciso y ese algo quiere de ti que tararees esa canción, en voz alta, que pongas intención a su letra, que sea tuya por un instante y pueda vivir en tu verdad, mientras la cadena de oro se enreda en el cabello ensortijado de tu pecho. Ese poema existe, es la 'Canción de la noche secreta', y sucedió en Tolosa cerca de Alcalá del Júcar, entre los tábanos y el rumor de un río en la angostura del valle.

-¿Por qué lo complicamos todo?

-¿Sabríamos hacerlo de otra manera?, me pregunto. La sencillez, como usted sabrá, no siempre es lo más fácil. Nos desnudamos a veces para ir a dormir y no nos gusta lo que vemos, quizás porque dedicamos tanta energía inconscientemente a la tarea de no gustarnos que se nos olvida dónde reside la belleza. 'No leas revistas de moda', se oye en uno de los ejemplos de 'slam' más populares que circula por Youtube y que nos aconseja usar protector solar, «porque te hará sentirte feo». Desnudarse es un reto, aceptarse sin más, quizás por eso tanto en el arte como en la vida nos repetimos, adoptamos poses ajenas y hacemos difícil lo que podría ser tan fácil, porque tenemos miedo a no gustarnos.

-¿A usted quién le ayuda a estar cuerdo?

-A mí me ayuda cierto sentido de confianza en que la educación y la cultura podrían salvarnos. Quizás me llamará loco si incluyo la poesía entre esos medicamentos.

-¿Qué batallas teme perder?

-Últimamente siento un temor nuevo. La paternidad ha cambiado mi forma de ver el mundo. Me ata al tiempo más allá del tiempo previsible de mi propia vida. El deterioro de lo público, la falta de solidaridad y de compromiso con la ciudad. A los cuarenta años, uno empieza a comprender sin tragedia algo que desea que tarde mucho en pasar pero que sucederá. Empieza a pensar también, como consecuencia de lo anterior, que la lucha es cosa ya de los que vienen por detrás, que con suerte tú ya no verás ciertas cosas. Es una actitud cómoda. Pero un día nace tu hijo y vuelves a estar perentoriamente en este mundo.

-¿Y el mayor de sus temores?

-Tener que dar rienda suelta, sin filtros, a mi instinto animal para preservar la vida de los míos.

-¿Con qué frecuencia le hierve la sangre?

-Últimamente me sucede más de lo que me gustaría. Me indigna el ensañamiento con los más necesitados y especialmente si ese ensañamiento lo llevan a cabo las instituciones o la gestión de los políticos. También me indigna esa especie de fidelidad absurda y enfermiza a los que nos dañan.

-¿Qué le parece mentira del todo que esté sucediendo?

-La forma en la que Europa ningunea lo que está sucediendo a su alrededor -en realidad no lo ignora, lo infravalora-, blindándose a la idea de que en un golpe de vista todo se acaba. La vanidad que no nos deja ver que solo existe una forma de habitar el mundo y que esta pasa necesariamente por el bienestar de todos. Sé que puede sonar ingenuo, y quizás por eso me gusta más. Ingenuo y necesario.

Pompas de jabón

-¿Lo más inquietante?

-La fragilidad de las pompas de jabón. Eso lo sabe quien sopla a través de un aro y deshace su belleza etérea con la leve presión de un dedo.

-¿Qué nivel de paciencia, de rebeldía y de esperanza conserva usted?

-Depende de las horas que haya dormido, la verdad. Pero el hecho de trabajar con jóvenes me da alas.

-¿Qué logra emocionarle?

-El otro día tuve una de esas conversaciones extrañas que a veces la vida propicia sin tener muy clara su intención. Aprovechando la tarde, que era especialmente calurosa, bajamos al parque pero no fuimos al de siempre sino a uno algo más alejado, más pequeño, con unas acacias que dan sombra dispar pero que se mecen con el viento y acrecientan de esa manera la sensación de placer. Estaba en un banco del parque jugando con mi hijo a eso de hacer teatro con unos muñecos de Pepa Pig, Papá Pig y George. La vi llegar desde lejos, era una vecina mayor, vestida de gris. Me llamó la atención el hecho de que llevara cuatro o cinco capas de ropa pese al calor. Detrás de una gafas de pasta oscuras se escondían unos ojos amables, se sentó a mi lado. No sé por qué esa tarde se puso a hablarme con una proximidad inusual, sacó su cartera y me enseñó las fotos de sus nietos, también la foto de su marido y la besó. Cómo lo echaba de menos, cuarenta y siete años juntos hasta que hace tres años se murió. Él, como uno de esos personajes de la mitología, como en Filemón y Baucis, le había dicho que no quería vivir si ella moría, que no tenía sentido seguir viviendo cuando el otro faltara. Yo pensé en Raymond Carver y en ese poema en el que piensa que es él, enfermo de cáncer, el que sobrevive a su esposa, Tess Galagher, porque lo contrario le parecía muy doloroso. A veces, me dijo, «saco su foto y la pongo ahí donde tú estás, y le hablo como te hablo a ti ahora mismo». Esa historia, por ejemplo, me emociona.

-¿Dónde encuentra estímulos?

-En la vida esta de andar por casa. La mayor de las aventuras. Y en una frase de mi amiga Ana Alcaraz, una frase de esas que te hacen reaccionar en los momentos desnortados. Nunca le estaré suficientemente agradecido.

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