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MARA MIRA
Lunes, 6 de julio 2015, 13:17
Las tres veces que he estado he presenciado lo mismo. El público corre, espera, busca las posiciones para situarse de forma que se proyecte su sombra sobre el muro. Se sienten parte de la obra. Me explico. La muestra, que clausura la excelente temporada programada en Verónicas por la Consejería de Cultura, tiene como protagonista un tren cuyo foco-guía proyecta imágenes sobre las paredes de la iglesia para alumbrarse un camino entre tinieblas. Al interponerse las figuras humanas sobre el haz lumínico, en las escenas proyectadas, aparecen las negras sombras de los espectadores. La máquina rodante y sus vagones construidos con revividos materiales de desecho son creación de Ángel Haro (Valencia, 1958). La instalación se presentó en Madrid cuando ocupó el año pasado -con gran éxito- el espacio de Tabacalera bajo el título 'La Tregua'. Aquí en Murcia podemos ver acertadamente -según criterio de su comisaria, Julieta de Haro- solo una pequeña parte de aquella muestra, en concreto cinco piezas entre las que destaca 'Estrella del Norte'.
Como ya he dicho, el público, sobre el cambiante Diorama activado como un gigantesco trampantojo, busca por la sala su proyección/sombra. Como intentaba Wendy, queremos coserla a nuestros pies para que no escape. Tan esquiva hazaña que soliviantaba a Peter Pan, la hemos reconvertido en un 'me (te) hago un foto', te he cazado. De ahí que, viendo el éxito de este acto espontáneo de los participativos espectadores, la organización haya decidido crear un concurso de fotografía con las imágenes captadas. Finalizará una semana antes de su clausura el próximo 19 de julio y las bases completas pueden consultarlas en la web del Instituto de Industrias Culturales (ICA) . El premio a repartir: cinco obras seriadas de Haro.
No solo el tren de sombras recorre la sala. La cúpula de la iglesia acoge una enorme proyección en la que intuimos el gesto de un bailarín que danza sin desmayo (Nimbo) mientras abajo, a ras de suelo, un gran círculo espejea. Si nos asomamos al quimérico boquete nos encontramos con nuestro reflejo, en una suerte de tragaluz del infinito. Explicar estas obras, de tan sencilla prestidigitación visual, retrotrae a la magia de 'La República' de Platón y, siguiendo la línea del tiempo de la luz, llegamos a la búsqueda de su captura gracias a los artefactos prefotográficos que condujeron a la cámara, una ardua gesta lograda por ingeniosos inventores a la caza del secreto de la representación de la vida.
Frente a esta propuesta, el Alfa de la exhibición presenta una pintura mutante e inestable. El cuadro 'Azud' -barrera en árabe-, un círculo de aluminio y óleo, hubiera complacido al experimental Turner, quien exprimió el carácter mutante del naturalismo. Y para finalizar el Omega nos guía de nuevo al recogimiento sereno de las cavernas. Abierto el oratorio de las monjas, tras su celosía, admiramos la escultura 'Odalisca', una de las mejores obras de Haro hasta la fecha. Casi parece arder todavía el hierro con el que tomó forma su estructura. Su enigmática voluptuosidad desafía las leyes del tiempo porque parece forjada con soldaduras alquímicas, sin intervención humana. Conclusión: Haro nos lega una hermosa dramaturgia sobre la luz y su reverso, nuestras fotografías serán las notarias de ese tiempo.
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