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Perera sale a hombros tras cortar dos orejas.
Perera se confirma como el torero del año

Perera se confirma como el torero del año

El diesto ofrece dos faenas de valor, autoridad, poder y rigor sobresalientes

BARQUERITO

Viernes, 11 de julio 2014, 22:52

De las dos faenas de Perera, de tanta autoridad como poderío la una y la otra, la de mayores méritos fue la segunda. La del quinto toro, el único de los seis que no llevaba el hierro de Jandilla sino el de Vegahermosa. De hechuras notoriamente distintas a los otros cinco: casi degollado, escurrido, astifino desde la cepa al pitón, un punto agalgado, muy lustroso, descarado y remangado. Un toro muy nervioso.

No solo el nervio propio de la movilidad, que es consustancial a la bravura, sino la chispa rezumada de la casta, que se dejó sentir de principio a fin porque fue toro de fondo muy combativo, con un pellizco correoso y elasticidad extraordinaria. Apenas dos sombras: tardó en fijarse de salida más de lo previsto, y eso sería por efectos colaterales de la carrera del encierro; y, en fin, cuando se sintió tan gobernado y sometido por el látigo entre implacable y suave de Perera, hizo hasta un par de gestos de aflicción ya en las rayas y no en los medios, que es donde Perera le había apretado las tuercas y toreado con dominio casi insultante.

A la faena le puso una dosis no menor de emociones un viento sibilino y avieso que sopló enredado y a ráfagas. Perera eligió torear en los medios y no al abrigo de las tablas. El toro embistió en los dos terrenos pero con aire díscolo. La casta. Después de ocho o nueve muletazos de cata y tanteo, Perera se estiró y descaró con la mano derecha, se trajo al toro por bajo, le consintió como si lo convenciera y al cabo de solo una primera tanda ligada de cinco muletazos y el de pecho, el toro parecía otro. Arte de magia. Tragó Perera con los golpes de viento y con la fiebre del toro. Dos de pecho extraordinarios. Un alivio.

Se puso a llover. Las peñas de sol estaban festejando con su gran estruendo de todos los días de San Fermín en el quinto toro pero, cuando vieron a Perera echarse el engaño a la mano izquierda y templarse en una tanda de cinco y el de pecho, se pusieron a bramar con la faena. Las fanfarrias y los bombos siguieron tronando. Pero la música la puso Perera. Y la letra.

Perera tuvo el santo cuajo de seguir en los medios. Una cortina de tímida lluvia, golpes de viento, algún reniego del toro antes de rendirse a la fuerza de la razón. Aunque hubo embestidas díscolas, a Perera no se le fue un pie ni una sola vez. El ajuste fue espléndido y constante. El temple, soberbio. Los brazos sueltos, la figura encajada. Alardes celebrados: los circulares cambiados o invertidos, sacados en dos tiempos, y cosidos con la trenza en la suerte natural sin cambios de mano sino solo de sentido de la dirección del muletazo. Para que el toro hiciera el ocho completo. Dos, tres veces. Fue un clamor.

Después de cambiar de espada, Perera cerró el toro hasta las rayas, y ese fue el momento en que pareció afligírsele y esperarlo por eso. Tras un pinchazo arriba, el toro pegó un arreón feroz. No importó. Al segundo viaje enterró Perera la espada. Se resistió el toro, pero rodó sin puntilla. En la vuelta al ruedo, jaleadísima, de las que consagran a quien sea como torero de Pamplona, se vio a Perera sonreír satisfecho. No era para menos. Rácano, el palco le había negado arbitrariamente la segunda oreja tras la primera de sus dos faenas. La del segundo toro de corrida, que fue más sencillo que el quinto y que no tardó en romper más tiempo que lo que Perera dispuso: tres viajes. Cinco tandas en redondo de casi regodearse con calma.

La pureza de ligar sin perder pasos, el toreo ayudado con la izquierda porque el viento se interpuso, larguísimos muletazos, una risueña severidad para buscar, siempre en los medios, el modo y momento de tejer las trenzas con que Perera, en la escuela de Ojeda, se enrosca un toro como si fuera un aro de jugar. Y un toro acodado y de tan generosa cuerna como ese segundo de Jandilla, que tuvo mucha nobleza. Recital abrumador del torero de la Puebla del Prior.

Comparaciones inevitables pero abismales. Castella estuvo firme y seguro con sus dos toros, nobles los dos, pero sin llegar a calar. Pecó de monótono y largo en su primer turno; pagó la desatención clásica de Pamplona en el cuarto de corrida. Fandiño no se entendió con la vibrante mano izquierda del tercero de la tarde -muletazos de abajo arriba, algo desarbolados- y se peleó con más fe que acierto con el sexto Jandilla, bizco y astifino, las fuerzas menguadas, el son justito. Un trabajo corto en todos los sentidos. Una oreja regalo del asesor.

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