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Antonio Botías
Viernes, 23 de septiembre 2016, 00:36
De un salto, como si apenas le pesaran sus 75 años, Manuel Díaz descendió ayer al foso donde se conservan los Molinos del Río, al otro lado del Segura, lugar elegido para presentar el nuevo proyecto de recuperación municipal. Quería enseñarle a Enrique de Andrés, uno de los responsables de que la idea haya llegado a buen puerto, cómo funcionaban aquellas pesadas piedras entre las que se perdía. Porque Manuel Díaz nació en el Molino del Amor, a cargo de su padre hasta el año 1946, cuando se trasladaron a otro cercano -y ya eléctrico- llamado de la Fuensanta. Luego, cinco años después, la falta de caudal en la acequia obligó al nuevo propietario a cerrar para siempre la instalación donde naciera. Y la fábrica Caravaca adquirió el inmueble para convertirlo en comedor de sus obreros. Ni siquiera eso hizo perder a Manuel la ilusión de que algún día volviera a ver moverse las piedras de su infancia.
«Porque me encantaría verlas en movimiento de nuevo, aunque fuera con un motor, aunque no entrara agua», advertía ayer sonriente antes de añadir que «el proyecto es muy bonito. Y si consiguen dejarlo como estaba, nadie imagina la belleza que los murcianos recuperarán». Manuel, incluso, ha permitido reconstruir los usos de algunas partes del edificio que ni los técnicos conocían. Es por eso que, mientras contempla los engranajes de los molinos del río, sonríe como si ya imaginara que «podremos visitarlo y disfrutarlo». Y él, desde luego, más que nadie. Porque entre sus centenarios muros vino al mundo.
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