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Araceli Ruiz, a la izquierda, con una amiga en la muestra sobre los niños de la guerra en el Luzzy.
La niña de la guerra amiga del Che

La niña de la guerra amiga del Che

Una refugiada por la URSS durante la Guerra Civil Española cuenta su vida en el Luzzy. Araceli Ruiz relata a 200 alumnos desde su salida de su Gijón natal con 13 años a su vuelta a España en 1980, tras vivir en Rusia, Afganistán y Cuba

ANTONIO LÓPEZ

Viernes, 18 de noviembre 2016, 01:26

«Cuando las bombas comenzaron a caer sobre Gijón, en 1937, mi madre no lo dudó y nos apuntó a la lista de los niños que iba a acoger la URSS [antigua Unión Soviética]. No lo olvidaré jamás. Con 13 años, tres de mis cinco hermanas y yo cogimos rumbo a Leningrado [actual San Petersburgo]. Cuarenta y tres años después volví dejando atrás toda una vida». Araceli Ruiz, una asturiana de 92 años de edad, estaba entre los 40.000 niños españoles que fueron acogidos voluntariamente en países de Europa durante la Guerra Civil, una de las pocas que aún sobrevive y que puede contar su periplo por la Rusia soviética como refugiada.

Ayer lo hizo en el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy, ante más de 200 estudiantes de los institutos María Cegarra (La Unión), Santa Lucía, Juan Sebastián Elcano y Los Molinos. Fueron invitados por la Asociación Memoria Histórica de Cartagena, que esta semana celebra un ciclo de conferencias y exposiciones sobre la Guerra Civil Española. Hoy, a partir de las once de la mañana, volverá a contar su historia a otro buen número de alumnos, antes de coger rumbo a otra ciudad.

A pesar de sus 92 años, durante sus tres conferencia de ayer hizo alarde de una memoria prodigiosa, que aún guarda su llegada a Leningrado a las nueve casas de los niños españoles; su recibimiento con pancartas que decían: «Bienvenidos los hijos del heroico pueblo español»; y el cariño y la amabilidad del pueblo ruso.

Tres años después fue trasladada para estudiar un oficio en Odessa (ahora una ciudad ucraniana, emplazada a orillas del mar Negro), donde «el día que comenzó la II Guerra Mundial, los mismos aviones que bombardeaban Gijón destruyeron la ciudad. Por eso tuvimos que huir, otra vez», explicó.

Mano de obra bélica

Hasta el final del conflicto bélico, navegó por los mares Negro y Caspio y atravesó el desierto de Asia Central hasta Samarcanda, casi en la frontera con Afganistán, donde la entonces niña tuvo que aprender otro idioma, el uzbeko. Pasó hambre y trabajó duro en los campos de algodón y como mano de obra bélica. Los cuatro años de penurias finalizaron cuando, al final de la guerra, todo volvió a la normalidad. Retomó los estudios que la convirtieron en ingeniera economista de ferrocarril y en funcionaria del Ministerio de Finanzas ruso.

Este puesto de relevancia le valió años después el ser elegida por el gobierno para ayudar a los cubanos. Fue allí donde conoció, como ella lo cita, a Ernesto, el Che Guevara, uno de los ideólogos y comandantes de la Revolución cubana.

«Cuando me vio, me preguntó por mis padres. Yo le conté que llevaba casi treinta años sin verlos y que no sabía nada de ellos. Y él me contestó: 'Pero si Cuba no ha roto relaciones con España'. Al cabo de una semana, mis padres estaban en La Habana. Cuando los vi bajar del avión, no podía parar de llorar», contó a los estudiantes.

En 1969, estando otra vez en Rusia, decidió junto a su marido, también español y refugiado de guerra, y sus dos hijas ir de vacaciones a España, «pero la policía franquista no nos dejaba en paz. Nos interrogaron sobre nuestro pasado en Rusia y en Cuba. Así que hicimos cruz y raya y decidimos que hasta que no muriese Franco no volveríamos a España». Y así lo hizo, pero sola. Su marido murió dos meses antes, sin poder cumplir su sueño.

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