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Uno de los antiguos balnearios de madera que proliferaban en Los Alcázares, en pleno Mar Menor.
Mar familiar, mar chica

Mar familiar, mar chica

JOSÉ SÁNCHEZ CONESA

Miércoles, 10 de agosto 2016, 01:29

Existe cada vez mayor conciencia en la defensa del patrimonio común, concepto que abraza también el sentimiento de pertenencia a un territorio, un espacio que es afectivo, porque se compone de vivencias infantiles, primarias, corporales y sensitivas. Todos recordamos cuando hace mucho tiempo se olía a mar de verdad. Nuestras miradas se sorprendían ante los caballitos de mar y el agua transparente, entre otras muchas cosas.

La narradora y poetisa cartagenena Carmen Conde escribió su libro 'Los Poemas del Mar Menor', para recrearse en sus mil formas y colores, disfrutando de la mera contemplación, leyendo en su libro de historia milenaria, el paso de las culturas y la vinculación con los cercanos molinos de viento, veleros encallados tierra adentro. Mar familiar, mar chica.

Extensos campos de emoción plenos de referencias personales. El paisaje cultural genera fuertes imágenes que representan la identidad de un lugar. El conocimiento y la valoración del paisaje es un rasgo significativo de la identidad de un pueblo.

Barón y Perdiguera

La geografía y el espacio son roca firme del entorno, como lo son las islas de nuestro Mar Menor: Ciervo, Barón, Perdiguera, la Redonda y Sujeto. Testimonios volcánicos como El Carmolí, otra piedra viva de nuestro paisaje espiritual, el que cada uno de nosotros llevamos en nuestro interior. El paisaje somos nosotros.

El paisaje es la proyección cultural de una sociedad, dice mucho de nosotros mismos, de nuestra sensibilidad o de nuestra locura porque no es solamente una fuente de recursos, que lo es, sino también un entorno de calidad que nos anima a conocerlo y disfrutarlo.

Es un componente importante para el funcionamiento psicológico de las personas al hacer su vida más agradable y satisfactoria como la de los otros seres vivos con los que convivimos. Pero nuestra Región posee paisajes que sufren enormes tensiones y perturbaciones, son por tanto frágiles. El Mar Menor es por desgracia un excelente ejemplo de ello.

Así, el riesgo de extinción que sufren algunas especies marinas como el fartet son reales y se perciben hoy en día de manera fácil. ¿Adónde fueron los caballitos de mar de nuestra infancia? ¿Dejaremos de ver algún día a los majestuosos flamencos, la garceta común o la aveceta, que tanto vemos en el paisaje marmenorense? ¿Qué futuro aguarda a nuestras hermanas plantas: el cuernecillo de mar, la sabina de las dunas o la esparraguera? ¿Serán algún día un lejano recuerdo las salinas de Marchamalo?

Los paisajes degradados y de baja calidad se asocian a experiencias desagradables, de rechazo, inseguridad o miedo. El color de las aguas de nuestra mar parece propio de una película de terror.

En su entorno encontramos yacimientos arqueológicos, el miedo erigió torres vigías, los pescadores crearon el exquisito caldero y se construyeron bellos balnearios en una arquitectura efímera y de brillantes colores. Algunos afamados arquitectos como el ilustre cartagenero Víctor Beltrí o el pachquero Pedro Cerdán diseñaron casonas de porte majestuoso que embellecen sus riberas. Es un legado permanente.

¿Terminó nuestro viaje?

¿Hemos llegado ya al país de los simios?

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