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Antonio Bravo Céliz, con su novela.
«El hombre se orienta mejor en la vida si tiene unas cuantas verdades»

«El hombre se orienta mejor en la vida si tiene unas cuantas verdades»

Antonio Bravo Céliz

YAGÜES LÓPEZ

Jueves, 6 de abril 2017, 02:04

Antonio Bravo Céliz (Alguazas, 1959) cursó el viejo Bachiller en las extintas Universidades Laborales de Cheste (Valencia) y Córdoba, hasta licenciarse en Psicología por la Universidad de Murcia (UMU). Veintiún años como docente le permiten sostener que «solo escribiendo tengo una idea aproximada de mi ignorancia y mis dominios». Para recordar y ser recordado ha escrito la novela 'En el tiempo de Tito Infante', en la editorial Tirano Banderas. En palabras del autor, «la obra es un homenaje a la infancia que vivimos varias generaciones en los años 60 y 80». Y según, la agencia literaria Sandra-Bruna, «es una novela que va directa al corazón. Bien escrita, triste y afectiva, que logra influir en los sentimientos del lector. Una obra muy recomendable».

¿Por qué eligió ese título?

Bueno, a mí me gusta. Es sonoro y la repetición alternada de algunos sonidos y fonemas le imprime cierta musicalidad y ritmo. Además, sintetiza un aspecto, el principal, de la novela: el tiempo.

¿Quién es Tito Infante?

El protagonista. Pero nadie en concreto. Es un niño ficticio de ocho años que nace con un corazón insuficiente para la vida porque funciona como el estómago de una vaca. Ahora bien, esta condición le presta una sensibilidad determinada, una capacidad para la admiración y el asombro, cuyo fondo no está del todo explicado y que en Tito se traduce por una curiosidad inagotable que no deja de sorprendernos ante lo poco común de su pensar y sentir como él lo hace a tan corta edad.

¿De qué trata la novela?

Es un homenaje a la infancia, un tiempo mítico e idealizado; pero no por ello menos real. A la infancia, es decir, al paisaje sobrevivido, a ese tiempo. Porque a mi modo de ver, la prueba del paso del tiempo es que el paisaje cambia y donde había un árbol saludable y frondoso aparece uno carcomido, y así una generación va y viene. El tiempo de Tito no es lineal, antes bien es un tiempo paradójico: no sigue una línea trazada pero tampoco se sale de ella. Podemos decir sin excedernos que, cogidos de la mano de Tito, vemos lo que él ve y asistimos a lo largo de estas páginas al pastizal amable de las inquietudes. Las inquietudes que nos dicen. El tiempo de Tito es aquel

que nos identificó y pronunció nuestro nombre y quedó para siempre adjudicado en la subasta de nuestras pertenencias.

Las escenas que usted cuenta, ¿son reales o inventadas?

(Ríe). No puedo quitarme de encima esa pregunta. Tito es realidad y memoria en su tiempo. Ha guardado y olvidado, pero antes ha dejado su mordida el tierno y antojadizo bocado en ese tiempo que ha venido a parar en la realidad de estas páginas.

¿Habrá segunda parte?

No, porque el trayecto que hace el protagonista no la admite.

¿Qué le ha motivado a usted a escribirla?

Yo no escribo para vivir, ni vivo para escribir. Las cosas que queremos, quisiéramos que no murieran nunca. Pero, como desgraciadamente nada podemos hacer, creo que la escritura puede, de alguna manera, evitar, al menos, que mueran demasiado pronto frente a ese incansable y fagocitador inmisericorde de memoria y olvido que es el tiempo. Quizás sea esta la razón más inmediata. Por otro lado, creo, después de andar el mundo de las ideas, que el hombre se orienta mejor en la vida si dispone de unas cuantas verdades, incluso de una sola: a condición de desvelar la veracidad de la ficción que lo anima, un instante de claridad en el juego infinito del proyector de sombras. Con la humildad debida, creo que por ese instante de claridad ha valido la pena escribir estas páginas.

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