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Daniel Vidal
Miércoles, 5 de abril 2017, 01:58
Solo necesitaron un par de minutos seis policías nacionales como seis armarios empotrados de grandes para tomar posiciones en la puerta de la sede del PP de la Región, en la calle González Adalid, a costa de cámaras de televisión y periodistas que esperaban desde hacía muchos más minutos la salida de Pedro Antonio Sánchez y de Fernando López Miras. Tres agentes a un lado, tres a otro, más alguno más de apoyo, preparando una suerte de 'paseíllo' hacia el coche del expresidente, a solo unos metros de la puerta. «¿Es que van a sacar a un santo en procesión?», reía un cámara por no llorar poco antes de las dos de la tarde. Quizá para evitar escenas tan absurdas como las que se vivieron tras la declaración de Pedro Antonio Sánchez en el TSJ, una simple orden desde 'arriba' logró desplazar a los policías nacionales y a los muchos escoltas unos metros. Lo justo para que Sánchez y López Miras salieran a la carrera y decidieran no contestar a las preguntas. Esta vez, sin periodistas ni cámaras por el suelo. Algo es algo.
Para esa hora, la calle González Adalid seguía igual de atestada de periodistas y algún que otro curioso -«¡estamos contigo, siempre contigo!», le jaleaba un paisano a Pedro Antonio Sánchez-, pero el ánimo de los populares que salían a comer tras la Junta Directiva y el Comité Ejecutivo del partido era bien distinto al que mostraban a la entrada. Más sonrisas que lágrimas, si es que para esa hora quedaba alguna.
De hecho, los rostros apenados que iban desfilando hacia la sede para recibir a Pedro Antonio Sánchez no tardaron mucho en transformarse en vítores cuando el hombre que «ha antepuesto los intereses de la Región a los suyos personales», repitieron hasta la saciedad los miembros del PP, entró en la sede junto al coordinador general del partido, Fernando Martínez-Maillo, como si hubiera ganado las elecciones generales. Hasta en la calle se escuchó la atronadora salva de aplausos. Hacía falta un poco de comunión, un poco de unidad, mucha autocomplacencia y nada de autocrítica para levantar la moral. «¿Si me siento presidenta? No, me siento triste», ilustraba la jefa del Ejecutivo en funciones, María Dolores Pagán.
Los reconfortantes discursos de Maillo y del recién designado Fernando López Miras terminaron de recuperar algunos ánimos que habían llegado por los suelos, como el de Noelia Arroyo, quien no tenía problemas en reconocer sus sentimientos a la entrada de la sede de González Adalid: «Se nos ve afectados porque es un presidente al que admiramos, con el que nos sentimos identificados. No solo como consejeros, también como murcianos. Una vez más ha demostrado por qué es el presidente que necesita esta región y por qué le admiramos en su Consejo de Gobierno. Por eso nos hemos emocionado, pero como ha hecho, seguro, cualquier murciano que lo haya visto en directo en rueda de prensa».
No fue el caso de una señora que, ataviada con su bicicleta y su casco, y esquivando los coches que se agolpaban en la calle, preguntó por semejante revuelo. Al conocer el motivo, se llevó una alegría: «Mira qué bien. ¡Ya era hora de que se fuera!». En el bar más próximo a la sede, allí donde suelen tomarse el café y el aperitivo los populares, había tantos tipos de comentarios como quintos de cerveza en las barras exteriores, donde algún que otro estómago más o menos agradecido seguía la jugada como si fuera una partida de caliche.
«¿A comer? No, no, a trabajar», aseguraba algo más animada Arroyo, a la salida del cuartel general de los populares murcianos. Hay faena.
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