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J. P. P.
Martes, 11 de noviembre 2014, 02:05
Isabel García llevaba años organizando junto a Catalina Sánchez, una de las víctimas mortales del accidente, el viaje a Madrid para visitar los restos de la madre Maravillas. «Está destrozada, no tiene fuerzas para hablar con nadie», contaban ayer sus hermanas, convertidas en guardianas de su intimidad en su domicilio de Bullas. Isabel, que sufrió heridas leves, ha perdido a tres compañeras de la conservera El Mensajero, donde trabaja, y a su amiga Catalina, entre otros muchos.
Ni Isabel ni el resto de la expedición sospechó que algo podía ir mal. La empresa de autobuses, J. Ruiz, era de confianza, la misma de años anteriores. Encarna Gil viajaba con su madre en el otro autobús, el que iba delante del siniestrado. «Nos metimos en ese porque ya no teníamos billetes para el otro. Si no, hubiésemos ido en el que tuvo el accidente, porque a mi madre le gustaba ir con el sacerdote», explicaba ayer con los recuerdos todavía terriblemente frescos. «Hemos ido ya seis veces a Madrid, y este año le advertí a mi madre que era el último. Ella tiene 75 años y no me gusta que viaje sola».
Encarna Gil conoció al sacerdote, Miguel Ramón Conesa, en el viaje. «La verdad es que no soy muy religiosa, no suelo ir a misa. Pero me cayó muy bien. Recuerdo que le dejé pastillas para la tos después de la misa, en Madrid. Le dije: 'Le he visto apurado en la celebración'».
Poco más pudo decirle. Cada cual subió a su vehículo y la expedición puso rumbo a Bullas. Cuando ya estaban casi llegando, el autobús paró. «Creo que alguien le hizo señas al chófer para advertirle». Ni Encarna Gil ni el resto de ocupantes supieron qué es lo que pasaba. «El conductor empezó a llamar por teléfono, se echaba las manos a la cabeza. Apagó la música y nos trajo rapidísimo a Bullas. Cuando llegamos, nos dijo que se había producido un accidente pero que no podía darnos más información porque todavía no se sabía nada».
Asustados, los viajeros empezaron a mandar 'whatsapp' a sus amigos. «Nadie respondía, hasta que alguien consiguió hablar con uno de los ocupantes del otro autobús. No sé si por mensaje o le cogió el teléfono. Nos dijo que se habían quedado atrapados en el vehículo». El corazón les dio un vuelco. Era el principio de una noche desgarradora para Bullas.
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