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Un numeroso grupo de policías, que el miércoles acudieron al juzgado a interesarse por sus compañeros.
«Queríamos darle un escarmiento»

«Queríamos darle un escarmiento»

«Estamos jugando al escondite», respondió uno de los policías a los vigilantes del puerto de Escombreras con los que se cruzaron junto al mar

r. F. / J. a. G.

Jueves, 9 de octubre 2014, 23:32

Había telefoneado a las nueve y media de la noche, asegurando que alguien lo quería matar. Había vuelto a llamar después de las cuatro de la madrugada con la misma historia. Estaba fuera de sí, víctima posiblemente de un brote esquizofrénico, aterrado, terriblemente agitado. Y los policías nacionales que acudieron por segunda vez a la degradada barriada cartagenera de Las Seiscientas llegaron a la conclusión de que el pobre diablo, que respondía al nombre de Diego Pérez, les iba a dar la noche.

«Decidimos darle un escarmiento», reconoció en sus declaraciones en la Policía y en el juzgado Rubén Manuel F.S., uno de los seis agentes ahora encarcelados por su presunta implicación en la muerte de Diego y en el posterior intento de hacer desaparecer su cadáver, que en apariencia fue arrojado al mar.

El «escarmiento», según consta en su declaración ante la titular del Juzgado de Instrucción número 4 de Cartagena, María Antonia Martínez Noguera, no iba a consistir en otra cosa que en trasladarlo hasta Cala Cortina, a unos tres o cuatro kilómetros de su barrio, y dejarlo allí tirado para que no tuviera más remedio que regresar andando. Una «mala praxis» y una «decisión equivocada», según reconocieron la mayor parte de los agentes imputados, pero muy alejada de los cargos de homicidio o asesinato, junto al de detención ilegal, que han determinado su ingreso en prisión.

Las actas de declaración de los seis policías nacionales, que están en poder de 'La Verdad', ofrecen versiones prácticamente coincidentes en todos sus extremos, aunque con leves contradicciones. En resumen, afirman que ante el estado de nerviosismo que presentaba Diego Pérez decidieron llevarlo a un lugar alejado y dejarlo allí, aunque insisten en que fue él mismo quien se subió a un coche patrulla porque temía quedarse en el barrio.

Ya en Cala Cortina, otro agente, José Carlos M.L., abrió la puerta trasera del coche patrulla y Diego «salió corriendo a lo loco», sin que ninguno de los policías acertara a retenerlo. Sostienen haberse quedado desconcertados, y según transcurrían los minutos, también preocupados, por lo que habrían comenzado a rastrear la zona para tratar de localizarlo. Luego, al no dar resultado la búsqueda, regresaron al casco urbano, aunque a lo largo de la madrugada volvieron al menos en otra ocasión. «Creo que se suicidó», llegó a declarar el policía José Luis S.A..

Un dato relevante es que, según se deduce de las preguntas de la magistrada y de la fiscal, los policías se cruzaron hasta en dos ocasiones con agentes de la Autoridad Portuaria, que según todos los indicios han ofrecido su testimonio en las diligencias de investigación. Tanto es así que ha trascendido que llegaron a preguntar a los policías si había ocurrido algo y que alguno de ellos les respondió que estaban «jugando al escondite».

Todos coincidieron además en que cometieron un error esa noche al no informar a la sala de operaciones del 091 de que Diego Pérez había salido corriendo, y que el error se agravó cuando apareció muerto en la playa y siguieron aferrados al silencio. Algunos aseguraron que para ese momento ya sentían «miedo» por las consecuencia que sus actos les podían acarrear, aunque insistieron en que nunca le golpearon y mucho menos lo arrojaron al mar.

Solo el conocimiento del contenido completo de las investigaciones, que ayer seguían sin ser notificadas a las partes, permitirá saber qué otros indicios -al margen de los conocidos- existen contra los agentes, y si la versión autoexculpatoria a la que se aferra se sostiene entonces o se desmorona.

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