![Más abrazos y sonrisas por el reencuentro que lágrimas en el patio](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/pre2017/multimedia/noticias/201409/09/media/72525304.jpg)
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F. C.
Martes, 9 de septiembre 2014, 01:48
Las horas de guardería han forjado ya a Luis en el hábito de despedirse de su madre y echar a andar camino del aula tirando de su mochila de Bob Esponja. No llora, pocos lo hacen, veteranos ya a sus tres años en la rutina escolar, y sabedores de que sus lágrimas de protesta les valdrán para poco. Como Luis, más de 150.000 escolares murcianos (todos, menos los de Lorca, Calasparra y Cieza, que se incorporan hoy a las aulas) protagonizaron ayer la pequeña revolución familiar y social de la vuelta al cole, con atascos mañaneros, coches aparcados en doble fila, nervios, prisas, timbres y muchos abrazos y risas en el patio. Pocos llantos, y alguno incluso por no poder entrar al cole todavía. Como el de María, que lleva años acompañando a su hermana hasta la puerta del colegio Divino Maestro de Murcia, y está deseando traspasarla por primera vez. «Hoy todavía no le toca. Entra el miércoles, pero ella está tan ilusionada que cuando ha visto que tendrá que esperar, se ha llevado un disgustazo».
No tan grande como el de su madre, compartido por miles de familias murcianas, que han tenido que desembolsar una media de 300 euros entre libros de texto, material escolar y, en los centros donde se les exige, uniforme reglamentario. «Esos dos llevan dentro de las mochilas mis vacaciones», comentaba con ironía Santiago, administrativo y padre de dos escolares de siete y diez años, a los que ha costado equipar más de 600 euros. Los chicos, ajenos a las quejas de su padre, cruzaban el umbral del colegio Cierva Peñafiel de Murcia encantados con sus mochilas 'surferas' y peinados como príncipes.
Felices por el reencuentro -quizá no tanto por la perspectiva de nueve meses de deberes y exámenes- Javier y Jorge, los dos alumnos de quinto de Primaria, se abrazaban ayer entusiasmados después de tres meses de distancia. «Hay ganas, sí, pero no tantas, nos podemos ver en el 'parque de los perros'», decían entre risas y con las marcas del sueño aún en la cara los dos alumnos del colegio San Pablo. Con los siete libros de tercero de Infantil recién forrados y los restos del verano en la tez morena, Paloma cruzaba el paseo Alfonso X a las nueve menos diez de la mañana con un brío propio del primer día. Con ella, miles de escolares armados con sus cuadernos, mochilas y algarabía, devolvían a la ciudad su pulso cotidiano, adormecido hasta el día de la vuelta al cole. «La vida normal no empieza hasta que no vuelven al cole. Aún nos queda por pasar el horario de verano, e ingeniárnoslas para poder recogerlos a la una o cumplir con los períodos de adaptación, pero ya falta menos», comentaba optimista Antonio Pérez, después de pasarse media hora en casa levantando persianas sin que sus dos hijos, alumnos del colegio San Pablo, se dieran por aludidos.
El timbre de entrada al aula devolvió ayer cierta calma a las calles. Ya en la clase, los maestros se afanaban en hacer del primer día un tránsito agradable entre las vacaciones y la vida real. En el aula de segundo de Infantil del colegio Cierva Peñafiel, Salomé Recio trataba de sacar las mejores sonrisas a sus 25 alumnos de cuatro años con canciones, recuerdos compartidos del largo del verano, juegos y toda la entrega. En el aula contigua, los alumnos de tercero de Primaria, 27 escolares apretados en un aula justa para encajar los pupitres, comenzaban a sufrir el calor de la mañana poco después de las diez. Sin tregua, los escolares repasan expresiones y saludos en Inglés, rebuscando en el fondo de su memoria las palabras adecuadas. Como si el tiempo se hubiera detenido el 19 de junio, cuando arrancaron sus ya pasadas vacaciones.
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