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REBECA MARTÍNEZ
Domingo, 3 de abril 2011, 11:37
«Lo más raro que me han pedido es jugar al ajedrez desnudo y hacer las tareas del hogar». Ésta es una de las confesiones de Pepe, el nombre ficticio de un joven treintañero que hace más de una década vio en la prostitución un buen negocio para obtener dinero fácil. O eso creía, que iba a ser fácil... «Todas mis clientas tienen entre 50 y 70 años y tengo que pensar en otras mujeres para excitarme», asegura este murciano, que nunca sería identificado como gigoló por su aspecto, ya que físicamente es un chico normal y corriente.
La crisis ha hecho que cada vez haya más hombres que ofrecen sexo a cambio de dinero, según datos arrojados hace unas semanas por el Comité de Apoyo a las Trabajadoras del Sexo (CATS). Personas que, en la mayoría de los casos, han visto en la prostitución una salida a su difícil situación económica. No es el caso de Pepe, quien reconoce que hay que tener mucho estómago para complacer a las señoras que contactan con él después de encontrar su número de teléfono en Internet. «Muchas veces he pensado que la clienta podía ser mi madre», confiesa medio avergonzado en el parque donde quedamos para hacer la entrevista.
Calcula que en su carrera como chico de compañía, como le gusta que llamemos a los trabajos sexuales que hace a espaldas de su familia y amigos, no habrá llevado a cabo más de treinta servicios, que cobra a 50 euros. En verano es cuando más faena tiene y, por lo tanto, cuando más dinero gana. «Tengo dos clientas que veranean con sus maridos en Mojácar y en La Manga del Mar Menor, respectivamente. Reservan una habitación de hotel para que me aloje dos o tres días y me pagan unos 500 euros».
Aunque pueda resultar extraño, Pepe dice que el sexo no es lo más importante en los encuentros que mantiene con las mujeres que reclaman sus servicios. Afirma que «buscan la compañía de un chico joven y disfrutan simplemente con verme paseando desnudo».
A la pregunta de si piensa seguir dedicándose a la profesión más antigua del mundo, responde que sí, pero dice que «no es por vicio». Sólo vende su cuerpo por dinero, al que llama fácil aunque su esfuerzo le ha costado ganar. «La primera vez que quedé con una mujer mayor no me atreví a acercarme a ella», confiesa este trabajador del sexo que no ha sido fácil encontrar para hacer este reportaje.
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