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Adolfo Chautón, en el huerto ecológico de Cáceres que le provee de verduras de temporada. :: L. CORDERO
A Adolfo le importa el rábano
MIRANDO A COPENHAGUE (5 DE 7)

A Adolfo le importa el rábano

Calabazas, coles, pimientos... Adolfo Chautón consume productos de la tierra y de temporada para contaminar lo mínimo

JOSÉ ANTONIO GUERRERO

Miércoles, 16 de diciembre 2009, 13:16

Adolfo Chautón, madrileño de 34 años y residente en Cáceres desde hace quince, es un geógrafo con una intensa conciencia medioambiental, que lleva a la práctica en su vida personal y profesional. Adolfo dirige la empresa Exterrae, que promueve un modelo sostenible para Extremadura, y en su día a día adopta hábitos ecológicos sencillos. Su compromiso con el medio ambiente empieza en la cesta de la compra. Consume alimentos locales y de temporada y evita la compra de productos sobreenvasados, esos que vienen en bandejas cubiertas de plástico. Así pone su granito de arena en el recorte de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Es de los que cree que la ecología empieza por pequeñas acciones cotidianas, gestos que no figuran en las agendas de los responsables institucionales que están en Copenhague, pero que seguramente hacen más por el planeta que la verborrea política. No sabemos el menú que se servirá hoy en la cumbre del clima, pero poco tendrá que ver con el de este ex jugador de rugby que procura proveerse de coles, berzas, calabazas, apios, escarolas, pimientos, rábanos o cualquier otra verdura de temporada que adquiere en un huerto urbano cercano a su casa, en la ciudad vieja de Cáceres. A eso le llama consumo responsable, «que en absoluto significa consumir menos», aclara. Lo ilustra con el siguiente ejemplo: «En un supermercado se pueden comprar manzanas locales o de Nueva Zelanda, que vienen envasadas. El impacto ecológico de esa manzana de Nueva Zelanda es enorme. Ha emitido a la atmósfera CO2 derivado de su transporte, de las cámaras frigoríficas y de la generación de plásticos para el envase. El consumidor no va a dejar de comerse una manzana, pero depende de si se come una u otra lo hará de una forma más o menos responsable».

El pan, en una ecotahona

Adolfo no piensa en términos de globalidad, prefiere hacerlo desde planteamientos locales. «Cambiando nuestro entorno cambiamos el mundo, así de sencillo». Por eso adopta actitudes modestas que ayudan a cuidar el medio ambiente. Todos los electrodomésticos de su hogar, así como las bombillas, son de bajo consumo; usa el lavavajillas y la lavadora sólo si están llenos; no deja el grifo abierto cuando se cepilla los dientes, y las cisternas de los cuartos de baño son de doble pulsador para no derrochar agua innecesariamente. Le habría gustado emplear energías alternativas en su casa, pero al estar enclavada en una zona protegida del casco antiguo tiene prohibida la instalación de paneles solares.

Su pareja, Cristina, es otra convencida de que el ecologismo empieza por uno mismo. De hecho, fue ella la que rehabilitó el viejo caserón donde viven, recuperando las bóvedas y otros elementos arquitectónicos tradicionales de Extremadura y empleando para los cerramientos materiales aislantes de última generación. Son más caros que los normales, pero a la larga resultan rentables por su ahorro energético. Fieles a un modo de vida sostenible, la pareja compra el pan en una ecotahona de Hervás, que lo elabora ecológicamente. Cristina no come carne, uno de los alimentos que más huella ecológica produce; Adolfo apenas la consume un par de veces a la semana, lo mismo que el pescado. Huevos sí, pero siempre de granjeros locales. Los desplazamientos los realizan a pie y en bicicleta, y el coche, lo imprescindible. En su cocina hay cuatro cubos para el reciclaje: uno para los envases de plástico, otro para el vidrio, otro para el papel y un cuarto para la materia orgánica, que también separa minuciosamente porque con los restos de frutas y verduras generan compost que reutilizan en el huerto urbano que les suministra las verduras de temporada que consumen. Así cierran un círculo perfecto. Pequeños gestos desde el corazón de Cáceres para los pulmones de todo el planeta. Naturalmente que sí.

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