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ANTONIO ARCO
Sábado, 4 de julio 2009, 11:42
Incluso en la voz distorsionada con la que Antonio Almela (Murcia, 1936) se comunica con el mundo, desde la silla de ruedas a la que le condujo la dura enfermedad que le obliga a cultivar una paciencia infinita, se palpa la admiración y el inmenso y luminoso respeto con el que habla de su padre, el pintor murciano Almela Costa (1900-1989), que disfrutó casi noventa años de una existencia volcada en su arte, lo que no le impidió tener nueve hijos. Antonio es el cuarto, y el autor de un hermoso libro engendrado en estos años de fastidiosa enfermedad: , editado por la editora regional Tres Fronteras. Un libro de emociones contenidas y reflexiones útiles y lúcidas sobre una selección de cuadros, reproducidos en la publicación, que sirve para recorrer con frescura e interés la trayectoria de un artista que lograba fundirse con los paisajes que pintaba.
Cuadros tan especiales como , pintado cuando Almela Costa tenía 17 años. Su hijo escribe: «En el verano de 1917, Don Antonio de la Torre tomó una casita en alquiler en Santiago de la Ribera para veranear y nuestro joven pintor fue allí con sus tíos. Concha, que era la mujer de un pescador, lavaba la ropa de la familia y hacía las faenas de la casa». Almela Costa la tomó como modelo. «La pincelada es esencial y valiente, con la que quiere expresar su temperamento decidido ante la vida», escribe Antonio Almela, a quien le llama la atención «la valentía y el empuje que revela esta trabajadora ante la vida».
Hay un cuadro muy hermoso y extraño, , pintado en 1920 y propiedad del Museo de Bellas Artes, al que lo donó el autor cuando lo dirigía Andrés Sobejano. Resalta su hijo que «no pinta la higuera en verano, cuando sus hojas dan agradable sombra. Se atreve con lo más original. Nos pinta la higuera en el invierno, cuando sus ramas están sin hojas y el ritmo de sus hojas es un callado baile en la pared». Un cuadro «emotivo y amante, como decía Vicente Medina que era la vida de la huerta».
Otra obra de la colección particular de la familia es un retrato de 1929 cargado de misterio: , uno de los retratos que el pintor hizo de su mujer. De frente, con un collar de perlas que acaricia con su mano izquierda, la tez luciendo blanca entre las sombras. «Este retrato tendrá una especial significación en la vida del pintor porque está realizado antes de que naciera su primer hijo», cuenta Antonio Almela. «Cuando murió Emilia, el pinto lo colocó al final del pasillo de su casa, antes de llegar al dormitorio. Todas las noches, al ir a dormir se detenía ante él y le musitaba un amoroso recuerdo». Hoy, Antonio Almela vive rodeado de cuadros de su padre, que hacen las ausencias y las renuncias más llevaderas. Y siempre junto a él, Marifé -«mi esposa querida»-, que es su «constante aliento» y que lo animó a crear y publicar este libro.
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