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PEDRO LÓPEZ MORALES
Miércoles, 8 de abril 2009, 06:35
He tenido el honor de admirarte y quererte. ¡Qué privilegio! Compartimos buenos ratos y también momentos difíciles. Tu energía y humanidad nos arrebataba el alma y, cuando lo considerabas necesario, embellecías sabiamente la fealdad, convirtiendo en poesía lo cotidiano. En cada canción, ibas regalando una excelsa declaración de principios.
Nos conocimos a finales de los años setenta y en 1983 me concedías una entrevista en exclusiva para la revista (nº 168), publicación de tirada nacional, donde afirmabas que «deberíamos intentar ser felices sin que la muerte se convierta en amenaza; no es el fin del hombre. Deberíamos aprender a aceptarla con dignidad. Aunque a mi , me gustaría morir sin sufrir». Adivino que no te habrá gustado convertirte, hoy, en noticia de telediarios y magazines. «No quiero palabras de consuelo», cantabas.
Querida amiga, «no tengas miedo», nos has ofrecido una inteligente lección, incluso, en el momento de . Con tus , tu entereza y tu afán de lucha sorprendiste a los que seguíamos el Vía Crucis de la enfermedad. Nos has dejado como lo habías previsto:
(1969).
Permíteme recordarte que las elocuentes letras de tus canciones son el mejor legado que donas para que venideras generaciones conozcan tu creativo talento puesto al servicio de los demás. «Lucho -me dijiste- para que las personas se respeten más entre sí; en ello has puesto intención y empeño, me consta. Hoy no repaso tus discos de platino, me lo reprocharías, seguro. No alabaré tus éxitos porque me saldrías al paso con un mi obligación es componer y transmitir a través de la música lo que siento. A pesar de todo, de todos y de todas, te convertiste en una célebre cantautora con voz comprometida. Reservada y reflexiva has entregado tu vida canción a canción. Y quizás, nosotros no hayamos oído tu quejido.
Anoche, Lunes Santo (¡qué coincidencia!), tu corazón aún se negaba a pararse y seguías aferrada a la vida, revelándote en un último concierto en solitario, porque tú lo sabías
(1996)".
Ahora, aturdido regreso a casa, vuelvo a detenerme en una fotografía donde apareces feliz y satisfecha, durante un sencillo homenaje que se te brindó en el Teatro Romea, en 1988, ¿lo recuerdas? La cámara del fotógrafo captaba el instante donde tu mirada se detuvo en mi mirada en un mágico y cómplice segundo, que yo custodiaré siempre como un valioso tesoro.
Que no me pregunten, pero que sepan todos que cayó tu estrella en mi jardín y se quedará eternamente en mi corazón. ¡Gracias, Mari Trini! Volveremos a coincidir,
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