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ALICIA NEGRE
Miércoles, 18 de febrero 2009, 09:16
Un recorte de periódico desgastado y amarillento es una de las últimas pista que quedan sobre el paradero de José Sáez Martínez. «La Guardia Civil termina por capturar al tercero de los evadidos de la cárcel de Cieza», dicta. El tiempo no indultó la página en la que se publicaba su detención que hoy se desmorona entre los dedos. Está fechada el 1 de octubre del oscuro año 41 y sobrevivió a su protagonista. Este archenero, conocido como el y huido de la prisión ciezana, se había refugiado en una casa deshabitada de Abanilla. Allí le sorprendió la Guardia Civil. Le condenaron a morir y a ser olvidado. Sólo lograron lo primero.
«Quiero saber dónde está». David Sáez acaba de cumplir 37 años, la misma edad con la que su abuelo fue abatido. La triste suerte del abuelo José es una historia que ha ido pasando de generación en generación sin que nadie reclamase sus restos. «Antes mi familia no tenía libertad para hacerlo, sino hoy no estaríamos aquí». Hace escasos meses que David perdió a su padre, huérfano desde los cinco años, y ahora ha llegado el momento. Le ha declarado la guerra al olvido. Sesenta años después de la muerte de su abuelo, David tiene una pregunta que busca respuesta: ¿Dónde está mi abuelo?
El nieto del inició su andadura en septiembre del pasado año. La única baza a su favor era el certificado de defunción de su abuelo, que guarda en una carpeta como el más preciado tesoro. En este documento se asegura que José Martínez está enterrado en el cementerio «de la villa», esto es, de Abanilla. Sin embargo ninguna lápida allí lleva su nombre.
«Pregunté muchas veces dónde estaba, pero no me decían nada claro», explica, «me contaban que si había unas bolsas con huesos guardadas por ahí...». David ya pensaba en tirar la toalla cuando descubrió que el reto de reconstruir el final de su abuelo aún contaba con un punto a su favor. La memoria.
Una pista susurrada por algún vecino condujo a David a una puerta entreabierta dentro del cementerio de Abanilla. Allí, en una especie de cuarto de obra, tras escalar una endeble pared de escayola, el nieto de José Martínez se encaramó a una pared y se asomó al final de su historia. Decenas de huesos y varias calaveras humanas amontonadas tras la pared esperan el momento en que alguien les ponga nombre y las rescate así del olvido. «No tengo palabras para describir lo que hay en ese cuarto», explica David desde el dolor, «es una falta de respeto a las personas».
El final del cabecilla 'rojo'
José Sáez fue, en el transcurso de la Guerra Civil, un miembro destacado de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Esta militancia le convirtió, una vez acabado el periodo bélico, en presa fácil de la represión franquista. Las fuerzas nacionales lo capturaron nada más ganar la guerra.
«Lo llevaban de prisión en prisión», explica su nieto, «hasta que recayó en la cárcel de Cieza». David comenta que esta prisión, pese a ser famosa por su dureza, también poseía unos sistemas de seguridad más fáciles de burlar. En el caluroso mes de agosto del 41, el aprovechó un despiste y logró escapar.
Viudo desde hacia varios años, José había iniciado una relación sentimental con otra mujer, con la que se solía encontrar en Abanilla. «Al no saber dónde estaba mi abuelo, las fuerzas nacionales capturaron a esa mujer para sonsacarle información». Un mes después de escapar, José fue localizado. «De esta manera ha terminado su tortuosa vida», recoge el artículo periodístico de la fecha, «por su significada actuación durante el periodo rojo (...) fueron condenados a muerte».
David ni tan siquiera ha estudiado el coste de realizar pruebas de ADN a todos los huesos, ocultos tras esa pared, que podrían ser su abuelo. «Si fuera a través de una asociación... pero así en solitario es un dineral que yo no me puedo permitir», explica.
Con este orden de cosas, el nieto de este muerto en paradero desconocido se encuentra ahora en un callejón sin salida. «Yo lo único que quiero es recuperar los restos de mi abuelo y llevármelos a la tumba de mi familia». lleva sesenta años esperando para reunirse con los suyos. Sesenta años.
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