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NRIQUE MÁXIMO GARCÍA
Jueves, 13 de marzo 2008, 02:03
O lo que es lo mismo, el arte de hacer escombro: la más sabrosa y refinada especialidad de la tierra. ¿Vamos que ni el caldero ni la lubinamismo!
Dejamos al paseante planchado en la calle Peligros, preguntándose qué sublime geometría filosófica se escondía bajo la secuencia de un derribo, retirada de escombros, allanamiento del solar, traída de otros escombros, acumulación piramidal de los mismos, vallado de la zona expositiva y cartelito de la artista. Y todo esta sucesión de polvos y cascotes envueltos en la purpurina del metalenguaje críptico apotropaico, escarchados de reflexiones aporéticas y cumulonimbos iniciáticos resolutivos del teorema de Fermat, para decirnos que el centro histórico de Murcia es un barrio en transformación, que abajo hay cosicas de antes y encima otras viejas que hay que derribar para estudiar la sucesión de estratos geológico-histórico-arqueológico-evanescente-sustancial. Resultado: un humo carísimo a costa del derribo de una de las últimas casas decimonónicas del núcleo de la ciudad con bellísima hornacina devocional que casualmente no estaba protegida (¿Qué diligencia la del Servicio de Patrimonio Histórico!). Para este viaje ¿hacía falta traer estas alforjas creativas de Zaragoza? Sí, sí, de Za-ra-go-za, paradigma de generosidades solidarias, muy en especial con Murcia. El paseante considera que esta modalidad de arte emergente, no exenta de cierto soplo egipcio con aromas de dandismo cortijero, ya viene siendo practicada, y con insuperable éxito, por el ya citado servicio. Basta con cruzar la calle del hoy recordado Saavedra Fajardo, al salir del mercado de su nombre, para encontrarse con un prototipo de la desconstrucción fractal de un noble edifico cúbico para convertirlo en basurero cubístico y aparcacoches clientélico de los asiduos a los restaurantes de moda que decoran la línea envolvente de la masa gramatical en proceso derruitivo en porcentaje semicuántico por detrás y por delante. En cristiano: la casa señorial donde estuvo ubicada Casa Rambla, un elegantísimo ejemplo de la arquitectura isabelina en Murcia, con todos sus elementos ornamentales conservados, lleva décadas en la misma situación que la Fábrica de la Pólvora, la de los gaticos, ¿se acuerdan?, o el convento de Mínimos de Alcantarilla; es decir en unas condiciones propias de un país subdesarrollado, con demasiada afición a la piqueta, ingrato con su Historia y con la soberbia del nuevo rico que desprecia cuanto ignora y se entrega al derroche ante las supuestas maravillas de un canto de sirenas.
Aunque no debemos olvidar que para salvar del escombro la edícula de la Virgen de los Peligros, uno de los símbolos de la ciudad, y su cepillo anexo (a veces suculento) fueron necesarios el clamor popular, el empeño del Ayuntamiento y el arrojo y paciencia de la comunidad de vecinos ante las exigencias caprichosas de la sedicente camarera. Por desgracia, la hornacina de la calle Peligros, escondida en el ángulo de una calle medieval, sin imagen y sin cepillo no ha tenido esa suerte.
Lo más triste del caso es que esta serie de oficializada dejadez, de derribos, abandonos, olvidos y miseria cultural está proyectándose en pantalla panorámica ante la mirada ciega de los meritísimos, enmedallados y exquisitos académicos de las Bellas Artes murcianas, hercúleos domadores de la piqueta de este reinventado circo del Patrimonio. Curiosamente, el punto C del artículo 2º de las tablas sagradas de esta nueva estirpe de gladiadores, herederos de la intuición y el esfuerzo de Fuentes Ponte, José María Ibáñez, Díaz Cassou, Baquero Almansa, Espín Rael, y tantos otros que se batieron el cobre en peores tiempos bajo leyes endebles y conductas agresivas hacia la conservación, especifica el leal compromiso con el pasado, velando por la conservación y enriquecimiento del patrimonio histórico artístico. Toda una declaración de elementales principios que en esta cuestión, que se sepa, públicamente no han tenido trascendencia comprometida y eficaz.
El paseante confiesa que por deontología no es amigo de echarse laureles; pero, dado que en esta Comunidad no hay reparos para utilizar los medios de comunicación para el autobombo lamenta el escaso eco, en pleno año Floridablanca, que el poder cultural que nos representa ha manifestado hacia la figura de uno de los murcianos más universales de la Edad Moderna, el compositor yeclano don Juan Oliver Astorga. Protegido por el conde después de trabajar para las cortes de Nápoles, Alemania e Inglaterra, ocupa un destacado lugar en la orquesta del rey. Admiró al inventor alhameño Tadeo Tornel y fue compañero de don Juan Díaz, hijo de Beniel, boticario mayor del rey y responsable de la organización del Real Jardín Botánico de Madrid. La investigación sobre la figura de este murciano culto, cosmopolita y aclamado por la más refinada sociedad europea de su tiempo, y la primera grabación mundial de una pequeñísima parte de su mejor música, ha tenido que ser financiada por la Fundació Caixa Catalunya, orgullosa de la ascendencia catalana de sus ancestros, el Ayuntamiento de Yecla (admirable labor la suya) y la Real Fundación Carlos de Amberes de Madrid, institución vinculada a la Universidad de Murcia y a los firmantes de este escrito. Qué gran promoción cultural y turística de los murcianos que fueron capaces de traspasar nuestras escuálidas fronteras. Como ejemplo, nuestro Oliver. Escribió para el grupo de las Angustias de Francisco Salzillo una de sus más intensas y emotivas obras, Pasión de Yecla, vinculada a su ciudad y a nuestro escultor por excelencia. Dos siglos más tarde, las autoridades regionales limitan la promoción de nuestros genios del siglo XVIII a un único nombre y a un pastel de pastaflora.
Enrique Máximo García es miembro de la Real Diputación de San Andrés de los Flamencos y Manuel Pérez Sánchez profesor de Arte Regional de la Universidad de Murcia.
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