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ADIÓS A MUÑOZ BARBERÁN UN PINTOR QUE DEJA HUELLA

Manolo y el teatro

CESAR OLIVA

Martes, 4 de diciembre 2007, 10:27

Hay un momento en el que estás cerca de alguien que acaba de dejar este valle de lágrimas, como define a nuestras vidas una antigua oración católica, y ante tus ojos empiezan a desfilar escenas de tus vínculos con el difunto. Eso me sucedió el otro día, cerca como estaba del cuerpo inerte de Muñoz Barberán. Hacía tiempo que no lo frecuentaba. Pero con Manolo daba igual que lo vieras todos los días o que pasaras años sin tropezarte con él. Era de esos amigos que siempre están en el mismo sitio. A pesar de lo cual era capaz de decirte con su peculiar humor:

-¿Llevas doscientas mil pesetas sueltas? Mañana te las devuelvo.

Dándole vueltas a esos momentos comunes que viví con él, en los penosos pasillos de un tanatorio, recordaba uno a uno los fotogramas de nuestra amistad, amistad que se inició gracias a Juan Guirao, lorquino donde los haya y amigo de esos que ya no quedan. No sé cuánto tiempo estuve ensimismado en nostalgias (poco, imagino) pero suficiente para pensar en las muchas condiciones que tenía Manolo para el teatro, y la enorme inclinación que le dedicaba.

A pesar de la vasta producción pictórica de Manolo Muñoz Barberán, a pesar de que su obra está presente en infinidad de museos, iglesias, instituciones públicas y privadas, a pesar de que la mayoría de los murcianos tenemos colgada en el salón una de sus obras (o más), no todo el mundo sabe que el arte escénico ocupó una considerable parte en su quehacer profesional. Él, implicado como estaba en el mundo de la cultura, dedicó no pocas horas a Talía, y desde muy diversas perspectivas. La principal (para mí) es el trabajo que hizo en varios de los montajes que yo dirigí a finales de los sesenta. Tanto en escenografía como en vestuario, su intuición era magnífica, sobre todo, para el Siglo de Oro. Él diseñó El astrólogo fingido, de Calderón; Caprichos del dolor y de la risa, de autor anónimo, Ramón de la Cruz y Valle-Inclán; y El engañao, de Martín Recuerda. Por cierto, los figurines de esta última, bellísimos, me los llevé debajo del brazo a Granada (quizá a principios de 1974 ó 75), en donde discutí pormenores de la producción con José Tamayo, que quería programarla en el Teatro Bellas Artes. En lo que enseguida nos pusimos de acuerdo fue en el vestuario: éste se haría según los bocetos de Muñoz Barberán. Curiosamente, el estreno no se produjo, pero las acuarelas de Manolo no las vi nunca más. Ni el pintor tampoco las recuperó jamás. Se quedaron traspapeladas en el carmen de don José.

Pero Manolo no vivía de esto, ni podía dedicarle demasiado tiempo a una cosa tan poco rentable como trabajar para los escenarios desde Murcia. Lo cual no impedía, todo lo contrario, que uno de sus temas preferidos fueran las máscaras y los personajes de la comedia, tanto la española como la italiana. Yo mismo tengo un estupendo guache suyo, con personajes carnavalescos, que no desmerece en la absoluto la comparación con Gutiérrez Solana. Era mucha la mano que tenía Muñoz Barberán para teatralizarlo todo, incluida la calle.

Como la tenía para la investigación. Durante muchos años nos contó, a los ávidos lectores de este periódico, historias de corrales y cómicos murcianos. Pacientemente acudía al Archivo Municipal, de donde sacó multitud de datos que iba narrando en sabios artículos de divulgación, los cuales acompañaba con dibujos a plumilla, que reflejaban con una fidelidad pasmosa muchos de los avatares que acontecieron en otro tiempo a la vera del Segura. De ahí su tenacidad para documentar la historia de esta tierra, la suya, a la que pintó como pocos y dedicó buena parte de su vida. Por todo lo cual, el otro día, terminé por mantener con él una conversación sin palabras, honda y personal, reflejo de mi admiración hacia su obra.

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