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La agricultura intensiva no es la única responsable de la sopa verde del Mar Menor, que ya estaba tocado por los metales pesados de la minería, la asfixia urbanística y los vertidos urbanos antes de que llegase el trasvase Tajo-Segura al Campo de Cartagena hace casi cuarenta años. Pero los análisis del agua, los estudios de los científicos y la realidad de una cuenca vertiente alfombrada de cultivos de regadío llevan hasta una conclusión que admite pocas discusiones: la degradación acelerada de la laguna es una respuesta del ecosistema a la entrada de efluentes cargados de nitratos y otros aditivos, en superficie y a través del subsuelo, procedentes de la actividad agrícola. Como decimos los periodistas: si se parece a un pato, anda como un pato y hace 'cuac', es un pato.
Y la respuesta social y política más contundente al drama medioambiental de un Mar Menor agonizante (además de las primeras medidas de cierre de pozos y desalobradoras y la puesta en marcha de un comité científico que asesora en la recuperación, que no hay que olvidar) ha sido la aprobación, este jueves en la Asamblea Regional, de las enmiendas al decreto de medidas urgentes (por cierto, en vigor desde hace meses) que limitan aún más los cultivos en el entorno de la laguna.
En mi opinión, todo un hito en la Región de Murcia, donde nunca antes se había primado el interés medioambiental por encima del económico de una manera tan clara, pese a las grandes presiones ejercidas sobre los partidos de la oposición (Podemos, PSOE y Ciudadanos), que las han sacado adelante aprovechando la minoría parlamentaria del partido en el Gobierno (PP).
Un Partido Popular renovado generacionalmente y con caras nuevas que sin embargo sigue agitando un discurso trasnochado, haciendo suyas las quejas de los agricultores: el de la supuesta ruina del campo, el de las familias que ya no tendrán cómo llenar la olla, etc. Estos son los mantras escuchados estos días a algunos dirigentes de organizaciones agrarias, los mismos que no dudaron en clausurar con ladrillos la entrada a la Confederación Hidrográfica del Segura ni en perseguir garrota en mano a través de los bancales a empleados de la propia CHS que clausuraban un pozo ilegal.
Ya no está Valcárcel (que se cachondeaba de la "lagartija de rabo colorado" y utilizaba gracietas similares para justificar la urbanización de espacios protegidos como la Marina de Cope, la Zerrichera, terrenos de Lo Poyo y Novo Carthago en el Mar Menor...), ni Antonio Cerdá ("es más ecológica una lechuga que un pino", así se retrató cuando le hicieron consejero de Agricultura y Medio Ambiente), principales responsables de dos décadas de abandono, cuando no de agresiones a los espacios naturales. Después de tanto tiempo perdido, nos enfrentamos a retos medioambientales que merecen líderes a la altura. Qué importante sería que los actuales dirigentes supieran leer esta creciente demanda social.
Estamos en otro tiempo, es la hora de apostar por un desarrollo sostenible (pero de verdad, no con eslóganes cínicos) y de tener claro que la recuperación del Mar Menor, tan incierta y seguro que prolongada en el tiempo, es una oportunidad para producir de otra manera, para ser un ejemplo en Europa, y para considerar, tal vez, que el coste económico de las restricciones a la agricultura no sea un gasto sino una inversión. Esto debería ser solo un primer paso, a la espera de una necesaria ley integral que contemple a todos los actores sociales y actividades económicas. ¿Por qué no intentarlo?
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