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Andres Manuel Lopez Obrador, tras proclamar su victoria. Reuters
Y MÉXICO DIJO SÍ

Y MÉXICO DIJO SÍ

Julio Lopez Guillén

Martes, 3 de julio 2018, 10:35

En una jornada histórica donde estaban llamadas a votar casi 90 millones de personas, por primera vez en la democracia mexicana una alianza de izquierdas, plenamente equiparable a la socialdemocracia europea, ha alcanzado un triunfo incontestable.

Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) junto con otros partidos menores, ha constituido en menos de un año con la coalición «Juntos haremos historia» y en torno a la figura de Andrés Manuel López Obrador, el llamado «huracán mexicano». Una fuerza política que ha atacado a la raíz misma de los males de su clase dirigente, la corrupción sistémica de los partidos tradicionales en las instituciones del país.

Esta contundente victoria, que además de la Presidencia de la Nación, le da a sus aliados relativas cómodas mayorías en el Congreso y el Senado, era tan evidente desde el mismo cierre de las urnas, que incluso antes de la publicación del 1% de las actas, todos los candidatos habían reconocido su derrota en favor de López Obrador. Esta es una victoria que también refuerza a la sociedad mexicana, porque reproduce uno de los ingredientes básicos de cualquier democracia, la alternancia en el poder. Todos los analistas especializados han coincidido en apuntar que ahora los actores políticos han de reubicarse y algunos casos incluso recomponerse. Especial mención merece el PRI (el histórico partido que dominó el país) que ha sido, literalmente, barrido de los resultados electorales. Sus candidatos no ganaron más que un puñado de escaños federales y ninguna de las gobernaciones en juego. De otro lado, el PRD, la izquierda tradicional mexicana, en una alianza antinatura con la derecha del PAN, ha perdido su suelo y será, casi con toda seguridad, absorbido por el huracán de la nueva política.

López Obrador consiguió en su campaña librarse de quienes quisieron enfrentarlo con la clase empresarial y sobre todo de los irresponsables que le tildaron de querer convertir México en la Venezuela del norte. Tontos hay en todas partes, y de manera abrumadora la ciudadanía mexicana se ha sacudido un buen saco de ellos eligiendo, responsablemente, un cambio muy a favor de la izquierda, pero también muy en contra del conservador y fallido gobierno de Peña Nieto (PRI) que no ha conseguido enfrentar los graves problemas de seguridad y criminalidad y tampoco hizo nada por limpiar la ineficaz elefantiásica maquinaria estatal ni el poder desmedido de algunos sindicatos que mantienen escandalosas relaciones con mafias y cárteles del país.

El nuevo presidente tendrá, además de los citados, tres grandes retos para culminar con éxito su mandato. Lo más importante será mantener el crecimiento económico que enlaza 36 meses de subidas en todos los indicadores macroeconómicos, ya que México se ha convertido en un importante agente dinamizador para toda la economía del continente; en segundo término tendrá que dialogar con el vecino del norte, Trump, y la congelación actual de las relaciones bilaterales (la construcción del muro, denegación de visados, ruptura del tratado de libre comercio, declaraciones racistas del presidente estadounidense, etc). Por último, López Obrador tiene en su mano ejercer de piedra angular de los gobiernos progresistas de toda Iberoamérica y acertar alineándose con personalidades como Carlos Alvarado (Costa Rica) o Tabaré Vázquez (Uruguay).

México dijo ayer sí al cambio y a la esperanza de renovación de todo el mapa de poder, algo que no se vivía desde los triunfos de Fox en la presidencia o Cárdenas en DF. Dicen que sólo hay que tenerle miedo al miedo y ayer los mexicanos, por primera vez en mucho tiempo, se dieron cuenta de ello.

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