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Hay una reflexión de Franz Kafka ideal para embarcarse en ella: «Las sirenas poseen un arma más terrible que el canto, su silencio». Frente a este silencio que puede resultar fatal, Darío Villanueva (Villalba, Lugo, 1950) propone un arma infalible y pacífica: las palabras cargadas de belleza y de verdad. El director de la Real Academia Española mantiene una larga conversación con 'La Verdad' con motivo de su participación, el martes en el Palacio Almudí, en la primera edición en Murcia de las Jornadas Futuro en Español, organizadas por el grupo de comunicación Vocento, al que pertenece este diario, y el Banco de Desarrollo de América Latina.
-Debería hablarle de los lectores y las lectoras de 'La Verdad', o con decir sólo los lectores quedaría claro que nos referimos tanto a unas como a otros.
-Creo que quedaría claro, porque este doblete, que ahora se está utilizando tanto, no es necesario; y, sobre todo, si lo mantenemos de manera sistemática va a impedir hablar prácticamente. Recuerdo, por ejemplo, que en un debate parlamentario uno de los intervinientes empezó diciendo: «Estamos aquí todas y todos reunidos». Bueno, pues en ese caso tendría que haber dicho «estamos aquí todas y todos reunidas y reunidos». Y así sucesivamente... Pero, en fin, también hay que pensar que este asunto a veces se saca de quicio. Siempre digo que en España siempre ha sido una cuestión de cortesía comenzar una conferencia diciendo «señoras y señores», y eso de siempre, no es algo que tenga que ver con el feminismo actual.
-¿Cree que terminarán haciéndole caso y que volveremos a competir en Eurovisión con una canción en español, y no en inglés? Como usted dice, «sin complejos de inferioridad y sin papanatismos».
-Estoy muy dudoso, la verdad, porque vamos a peor. Este año, cantando en inglés [lo hizo Manel Navarro], quedamos los últimos; ganó el Festival de Eurovisión un portugués [Salvador Sobral] cantando en portugués, ¡gran lección! Parece como si se pensara que el problema de nuestras canciones era que no estaban en inglés y, claro, ese no es el problema. El problema está en que el cantante hace gallos, en que la letra es zarrapastrosa, en que está cantada en un inglés penoso. Esa es otra: se canta en inglés y los nativos angloparlantes se carcajean de la manera en que se está cantando en su idioma. No solo le hacemos un desprecio absoluto al español, que no es una lengua sin importancia, sino todo lo contrario; también se desprecia, en el fondo, a la lengua en la que se canta porque no se la utiliza con la dignidad que le corresponde. Es algo verdaderamente incomprensible. Portugal ha dado este año un ejemplo extraordinario de que la cuestión es tener arte, tener talento y tener unas condiciones de seducción como las que tenía el cantante que ganó.
-Defiende usted que el español debería ser «una cuestión de Estado», incluso un motivo de orgullo por su historia llena de logros y obras maestras, su potencial y su fortaleza. Pero lo cierto es que no se ve así, por parte de sectores nada anecdóticos, dentro de nuestro propio país. ¿Absurdo, no?
-Sí, porque además estamos hablando de una lengua que es, en este momento, la segunda del mundo más hablada por número de hablantes nativos. Y, en consecuencia, no es una lengua en recesión, sino una lengua en expansión. Lo contradictorio está en que a veces tendríamos que salir en defensa de una lengua que está desbordada de potencialidad y de funcionalidad. Esa es la contradicción, que hay que salir a defender a un fuerte, no a defender a un débil, que es lo que Robin Hood hacía. El español es una lengua de una enorme utilidad para todos; primero, para entendernos en estados plurilingües, como es el caso del español y también de muchos otros; y también para entendernos más allá de nuestras fronteras. Eso es una suerte, el poder viajar a medio mundo y encontrarse con que no existen dificultades de entendimiento lingüístico porque nuestra lengua también se habla allí.
-Acudo al magnífico Festival Temporada Alta de Girona. Toda la información, tanto de modo oral como escrito, se facilita en catalán. Ni asomo del castellano.
-Hemos llegado a esta situación por una interpretación, en mi opinión muy errónea, de lo que significan las lenguas, que son siempre instrumentos para comunicar y no para aislar. Sin embargo, desafortunadamente, hay quien piensa que la lengua tiene que ser instrumentalizada para poner barreras entre unos y otros, y eso es lo que está ocurriendo. Cuando el ritmo del mundo va cada vez más a favor del plurilingüismo, hay quien se empeña en lo contrario, en poner fronteras, límites y barreras con una cierta voluntad de exclusión. Me parece una política, incluso comunicativamente, muy errónea. Si alguien quiere comunicar algo, cuantos más medios tenga a favor de su deseo de comunicar, mejor; entonces, si tiene dos lenguas para ello, ¿por qué prescindir de una y no utilizarla también?
-En 2015, el Diccionario Oxford eligió como palabra del año a un sonriente emoticono. Hoy, cada vez más gente ¡adulta!, incluso con una supuesta buena formación cultural y vinculada al mundo de la enseñanza, los utilizan con frecuencia en sustitución de las palabras. No solo gana terreno la comunicación vía WhatsApp a la verbal, sino que están desapareciendo las palabras.
-Esto tiene que ver con modas, y las modas son muy volubles y muy cambiantes. Es un indicio más, en mi opinión, de esa especie de infantilización generalizada que nos está llegando por medios poderosos de comunicación. La Historia comienza cuando se inventa en Mesopotamia la escritura alfabética, 3.500 años antes de Cristo. Bueno, pues ahora, con esto de los emoticonos, parece como si fuéramos a una regresión. Es decir, que quisiéramos sustituir el gran avance de la Historia de la Humanidad que significó el alfabeto, con lo que había antes, la escritura iconográfica, imperfecta y primitiva, en la que por supuesto no caben matices. Pero, insisto, creo que es una moda totalmente pasajera y que la Humanidad no se va a hacer el harakiri de manera absolutamente superficial y frívola. Además, esta moda no sirve para expresar lo complejo, y vivimos en un mundo lleno de complejidades y de matices.
-¿A mayor empobrecimiento de vocabulario, menor capacidad de razonar?
-Sin duda alguna, porque el raciocinio no es una facultad desligada de la expresión lingüística. Pensamos a través de conceptos que plasmamos en palabras, aunque no las pronunciemos. En consecuencia, si reducimos drásticamente el número de palabras de nuestra enciclopedia personal, estamos también limitando nuestra posibilidad de construir pensamientos complejos y matizados, que es lo característico de la condición humana. Pensamos a través de cómo hablamos, y al revés, hablamos tal y como pensamos.
-¿Mal vamos si se sigue debilitando la presencia de las Humanidades en los planes de estudio?
-Muy mal, sí. Es un grave error desgastar esos años fértiles de la formación de los niños y de los jóvenes con enseñanzas aplicadas, inmediatas y circunstanciales, mientras se descuida la enseñanza de las cosas fundamentales; porque las técnicas, las materias de mayor aplicación, son fácilmente asimilables en cualquier momento de la vida, y más hoy en día que hay que estar continuamente aprendiendo cosas nuevas en relación con los cambios tecnológicos que afectan a nuestra vida. Sin embargo, la configuración de una personalidad con ideas claras y la capacidad de expresarlas, al igual que la importancia también del lenguaje matemático y del conocimiento de la naturaleza, todo ello de extraordinaria importancia, se aprende muy fácilmente en un momento determinado de la vida, que es al principio, y luego para especializarse ya vendrán muchos años posteriores. Hoy nadie piensa que, tras haber realizado sus estudios, en su dedicación profesional no va a tener que reciclarse varias veces.
-De «La verdad os hará libres» hemos llegado a este tiempo absurdo de la peligrosa posverdad: por encima de la verdad están las emociones más desatadas, las creencias más ciegas, la demagogia pura en toda su salsa. ¿Qué le parece?
-Que ese es uno de los asuntos más graves en los que estamos inmersos. Efectivamente, la aceptación de que detrás de los enunciados, y por tanto de las palabras, no tiene por qué haber una referencia cierta a lo que se dice, es muy peligroso. Por ejemplo, recuerdo cuando el presidente [Donald] Trump dijo que su toma de posesión en la Casa Blanca fue la más concurrida de la historia de las presidencias norteamericanas; al día siguiente, los periódicos mostraron fotos de la explanada del Capitolio en su toma de posesión y, también, de la de [Barak] Obama, y se comprobó que había sin duda más gente en la del segundo. Cuando se le planteó esto a la portavoz de Trump, ella dijo que habían manejado hechos alternativos que demostraban lo contrario. Llamó hechos alternativos a manjear mentiras y, sobre ellas, construir una afirmación interesada. Una de las condiciones fundamentales de la comunicación lingüística es la suposición de que quien habla lo hace conforme a la realidad de lo que quiere transmitir; por supuesto, se puede mentir y engañar, pero la actitud estándar es la contraria. Si a mí en plena calle un turista japonés me pregunta cómo ir a la Plaza de Oriente, se supone que las indicaciones que le voy a dar son ciertas y le van a permitir llegar allí. De lo contrario, todo el tinglado que hemos construido para poder convivir en paz unos con otros se irá desmoronando. Las palabras dejarán de tener significado.
A veces, fíjese, da la sensación de que un político nunca ganará unas elecciones diciendo la verdad porque, sencillamente, el electorado no quiere que le digan la verdad, sino lo que quiere oír. Después, claro, llega la segunda parte de la historia: una vez ya en el poder, nada de lo que el político ha dicho se cumple, y entonces los electores le llamamos mentiroso, etcétera; pero, en parte, nosotros hemos sido culpables porque si ese mismo político nos hubiese dicho la verdad de las cosas, no lo hubiésemos votado. La posverdad es un instrumento privilegiado de la demagogia, y no olvidemos que el primer formulador moderno de lo que ahora llamamos así, posverdad, fue un filólogo alemán llamado Joseph Goebbels.
-¿Cómo ve España, por primera vez asistiendo a la aplicación del artículo 155 de la Constitución?
-Con mucha preocupación. Me siento muy preocupado porque se está produciendo un revisionismo feroz, basado precisamente en posverdades, contra lo que fue probablemente el hecho histórico más relevante para España en el siglo XX; me refiero a la transición política y la aprobación de la Constitución de 1978. Aquello fue un verdadero prodigio para salir de una situación muy difícil y para cerrar definitivamente el 'guerracivilismo' español, y abrió paso a una época de enorme beneficio para el país, de enorme desarrollo. A ello se sumó la entrada en la Unión Europea, que fue como una promesa de cosas buenas que, además, se cumplió; porque, ojo, no nos engañemos los españoles: hemos sido receptores privilegiados de fondos de compensación europea, lo que nos ha permitido transformar nuestras infraestructuras, por ejemplo. Hemos ocupado un lugar homologable al resto de países europeos. Y todo eso, ahora, parece como si tuviese que ser demolido, destruido y, sobre todo, negado mediante afirmaciones que son puras posverdades.
Me contaba una letrada el otro día, en el Consejo de Estado, que había asistido a un acto en París en donde se encontraba un diputado independentista que estaba explicando que la Constitución Española del 78 la había redactado un grupo de militares; esto, además, dicho en Francia para desprestigiar al país al que perteneces y de cuya legalidad constitucional emana el momento de mayor autonomía y de mayor presencia de Cataluña no solo en España sino en el mundo entero. Sin embargo, todo eso lo estamos tirando por la ventana. Comparemos la Cataluña de los Juegos Olímpicos de 1992 con la Cataluña que pierde la Agencia Europea del Medicamento cuando todo jugaba a favor de ella; ahí está la diferencia. Es muy difícil construir y muy fácil destruir, y desafortunadamente parece como si después de haber estado construyendo con gran esfuerzo por parte de todos durante muchos años un sistema verdaderamente beneficioso para el conjunto del país, ahora estemos en la tarea de destruirlo, y encima de destruirlo sin una alternativa. Es decir, ¿qué encontramos en el contexto en el que vivimos como alternativa a un régimen constitucional como el nuestro nacido de 1978? Que me digan que hay, ¿qué modelo, el modelo venezolano quizás? Mi posición es de mucha preocupación porque, además, yo creo que todas las personas tenemos un sentido común de las cosas y creemos que la racionalidad sirve para entender cómo somos, lo que hacemos y lo que pasa. Sin embargo, yo veo que hay un irracionalismo predominante en este momento, de manera que a veces me encuentro como desarmado porque el instrumento de la razón no me sirve para entender las cosas incomprensibles que pasan ante mis ojos.
-Hablaba el otro día con el poeta Luis García Montero, que se mostraba muy molesto con esa perversión del lenguaje que hace que algunos hablen de presos políticos para referirse a los políticos catalanes actualmente encarcelados.
-Luis es un poeta al que yo admiro mucho y con el que desde hace tiempo tengo muy buena relación. Fíjese usted, hablando de la perversión del lenguaje: el saltarse la Constitución Española, el saltarse el Estatuto de Autonomía de Cataluña -aprobado por el pueblo catalán y emanado de la Constitución-, y el saltarse una serie larga de sentencias del Tribunal Constituacional, para mí constituye un golpe de Estado, por suerte no cruento pero no por ello menos eficaz; y, sin embargo, resulta que la aplicación de un artículo de la Constitución, el 155, que está elaborado sobre el modelo de uno semejante de la Constitución federal de la República Alemana, y que incluso hubo quien pensó que ya tendría que haberse aplicado hace tiempo, y no precisamente ahora cuando se hizo, eso para otros ha sido un golpe de Estado. Es decir, la misma expresión y las mismas palabras se utilizan para cosas absolutamente contradictorias. Por supuesto, yo creo que en este tema en concreto hay una verdad y hay una mentira; yo no soy un relativista como para decir: 'Si lo dicen unos, pues será cierto', no, no, aquí hay una verdad. Yo argumento que, efectivamente, ha habido un proceso que ha sido equivalente a un golpe de Estado, y la respuesta del Estado democrático, en aplicación de la Constitución, es exactamente lo contrario al golpe de Estado, es la restitución del Estado. La gran perdedora, de nuevo, es también la palabra, porque las palabras al final pierden su sentido, son palabras placebo, sin sustancia.
-¿Vive usted cómodo en este mundo, se siente feliz, adaptado?
-No. Quizás en algún momento de mi vida me sentí así, pero ahora tengo más, en algunos casos, un sentimiento de perplejidad; en otros, de desasosiego y de incertidumbre. Creo que estamos pasando por una etapa de cambio, incluso de civilización, en donde tienen mucha importancia las nuevas tecnologías, que modifican nuestra relación con el mundo y con la realidad. En este sentido, los cambios de los últimos decenios son brutales.
-¿Qué hacemos con los maleducados, cómo defendernos de ellos?
-Por supuesto, jamás entrándoles al juego y manifestándonos en el mismo registro en que ellos lo hacen. La gran victoria de este tipo de gente es cuando nos transmiten su enfermedad, su peste. En estos casos, yo siempre reacciono con lo que los griegos llamaban ataraxia; es decir, con una respuesta equilibrada y mostrando exactamente lo contrario de lo que estos maleducados muestran, que es la intemperancia, la arbitrariedad, el insulto, la obscenidad, etcétera.
-¿Qué relación tiene con Murcia?
-La tengo a través de mis compañeros de la Facultad de Letras de la UMU. Por ejemplo, con los profesores José María Pozuelo Yvancos y Francisco Javier Díez de Revenga. ¿Sabe qué he admirado yo siempre de Murcia desde que en mi etapa estudiantil yo dirigía teatro? El magnífico teatro universitario que aquí se hacía.
-¿Usted me da permiso para escribir 'solo' o 'sólo' según resulte más conveniente?
-Sí, claro que sí. La Academia no proscribe el uso de ese acento, lo único que dice es que considera que no es necesario. Ya sé yo que es cierto que no es lo mismo tomar «sólo un güisqui», en lugar de varios, que «tomar solo un güisqui», sin por ejemplo la compañía de Pepita o de Juanita.
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