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La profesora de Filosofía de la UMU María José Alcaraz.
La ficción no es verdadera ni falsa
FILOSOFÍA

La ficción no es verdadera ni falsa

La profesora de Filosofía de la UMU María José Alcaraz sienta las bases para diferenciar lo ficticio y lo real en una investigación

MARÍA JOSÉ MORENO

Lunes, 5 de diciembre 2016, 23:28

De manera habitual se suele considerar ficticio lo que es pura invención, aquello que no existe o que no es verdadero. Sin embargo, no todas las obras de ficción están hechas de falsedades o se refieren necesariamente a personajes inventados.

Una forma de definir la ficción sería a través de la imaginación. La profesora de Filosofía de la Universidad de Murcia María José Alcaraz define lo ficticio como «aquello que meramente exige de nosotros que adoptemos una actitud imaginativa frente a representaciones que podrían, en determinados contextos, desempeñar una función aseverativa». Y explica: «Cuando leemos el periódico de la mañana esperamos informarnos sobre lo que realmente ha sucedido. Cuando leemos una novela o vemos una película no creemos que lo que leemos sea informativo en el sentido de que no es un periódico. Nuestras expectativas son otras. Lo que hacemos no es creer que lo que leemos es cierto. Meramente imaginamos o consideramos en nuestro pensamiento aquello que se nos presenta sin creerlo».

En sentido estricto no hay un conjunto de rasgos que diferencien lo ficticio de lo no ficticio en sentido absoluto. Aquello que cuenta como ficticio depende de su uso o aparición en un determinado contexto de ficción. Un mismo texto puede presentarse como ficción o como no ficción sin que cambie una sola palabra. Es el contexto de uso y no ciertos rasgos de la representación lo que hace que algo sea una ficción.

Insiste la profesora en que «la ficción no es ni verdadera ni falsa. Simplemente no es tarea de la ficción presentarse como un discurso en el que se dice algo o se representa algo con pretensiones de verdad. La ficción se nos presenta como un cierto contenido que consideramos con independencia de si es verdadero o falso. Si al leer un periódico encontramos que se dice algo que es falso acerca de un personaje o un hecho, no decimos que por eso sea ficción. Por tanto, la falsedad no implica que algo sea ficción».

Por otra parte, indica que «si leemos una novela en la que uno de los personajes resulta ser un personaje histórico, y lo que se dice de dicho personaje (por ejemplo, que estudió en un determinado colegio) es cierto , no estamos por ello dejando de leer una ficción. El hecho de que una ficción contenga verdades no hace que deje de ser ficción. Por tanto, la verdad o la falsedad de una representación no determina su carácter ficticio».

Distintas disciplinas

Alcaraz, Premio Jóvenes Investigadores de la Región de Murcia por la Fundación Séneca en 2012, hace hincapié en que los trabajos de investigación que ha realizado en los últimos tres años han sido posibles gracias a la financiación recibida del mismo organismo a través del proyecto 'El valor estético y su interacción con otros valores en la práctica apreciativa' como parte del Programa Jóvenes Líderes en Investigación de la Fundación Séneca-Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia.

Es experta en Estética, la rama de la filosofía que estudia el arte y sus cualidades. En 2013 publicó un capítulo, precisamente sobre ficción, en el libro 'Estética' de la catedrática Francisca Pérez Carreño.

Ahí apunta que «si se adopta la idea de que ficción es aquello que se propone para que lo imaginemos sin necesidad de creerlo, quizá tengamos una caracterización suficientemente general que pueda dar cuenta de la variedad de objetos y representaciones que pueden funcionar en contextos de ficción».

Cuando se habla de ficción en las artes narrativas, el uso que se hace del término es más o menos homogéneo. Sin embargo, sería necesario examinar detenidamente a qué se llama ficción cuando se intenta caracterizar obras de carácter visual, como algunas fotografías o pinturas.

Explica, pues, que «los contextos de ficción no son además algo que se dé exclusivamente en el arte. Muchos juegos infantiles dan lugar a contextos ficcionales en los que lo que se hace o se dice es algo que se alimenta de la imaginación. Un simulador espacial o un videojuego funcionan de este modo».

Con respecto a qué factores juegan un papel destacado en el proceso de ficción, la profesora de la Universidad de Murcia apunta a la imaginación como «una capacidad central -esto es, necesaria- para la ficción. Sin embargo, se ha señalado que la ficción no queda completamente explicada en términos de imaginar cierto contenido. Especialmente cuando apreciamos algunas obras típicamente de ficción como, por ejemplo, una novela parece que no es necesario, para comprender lo que dice, que imaginemos su contenido. Ni todo lo que imaginamos es ficción, ni toda la ficción es objeto de la imaginación».

Obviamente, todas las obras surgen del trabajo de alguien. Así pues, el autor sería el responsable del tipo de representación que se propone como objeto de apreciación. Su actividad determina tanto si algo ha de ser apreciado como ficción como su contenido. En este sentido, hablar de ficción es hablar del resultado de cierta actividad intencional.

¿Éxito o fracaso?

Ahora bien, es fácil que los espectadores puedan confundir realidad y ficción. ¿Supone esto un éxito o fracaso del autor? Según María José Alcaraz, «en realidad, es menos frecuente de lo que puede parecer. Hay algunos casos a los que se suele apelar cuando se quiere ilustrar la confusión entre ficción y realidad, como la famosa emisión radiofónica que Orson Welles realizó en 1938 anunciando la invasión de los extraterrestres. Sin embargo, ni siquiera en casos como el de Welles parece que los oyentes confundieran la realidad con la ficción. Simplemente, no tenían ninguna pista que les permitiera identificar lo que estaban oyendo como ficción».

«El caso de Welles es, más bien, el caso de una broma que explota, de un lado, los temores de una determinada sociedad suficientemente nutrida de discursos acerca de la posible vida extraterrestre y, de otro, un uso fraudulento de los medios de comunicación», añade.

Estos casos, aunque a primera vista parecen casos en los que lo ficticio se toma por real, no son tales. No es que los oyentes del mensaje radiofónico no se dieran cuenta de que en realidad Welles estaba produciendo una ficción en lugar de una representación verídica. «Welles simplemente explotó las expectativas razonables de los oyentes de que estaban recibiendo información verídica para gastarles una broma. Otros casos interesantes se dan cuando ciertas convenciones de la representación teatral, por ejemplo, se rompen y no está claro si lo que dicen los actores es parte de la ficción o se sitúa en el mismo plano que los espectadores».

En el arte contemporáneo abundan estos intentos de romper las condiciones que permiten distinguir nítidamente lo que es ficción de lo que no lo es. Sin embargo, incluso en estos casos, podría decirse que este tipo de rupturas o de alteraciones de la división entre ficción y no ficción reposan, para ser efectivas, en la asunción de la distinción que tratan de desdibujar. Para que cierta parte de la representación teatral sea percibida por los espectadores como invadiendo su espacio ha de darse una cierta comprensión de la representación teatral en su totalidad en términos de ficción.

Las emociones

La paradoja de la ficción surge cuando se sostiene, de un lado, que las obras de ficción pueden producir emociones corrientes en los espectadores y, de otro, que sentir emociones reales ante objetos o eventos que sabemos que son ficticios es irracional.

Algunas concepciones de la emoción asumen que las emociones suelen correlacionarse con creencias acerca de aquello que identificamos como el objeto de la emoción. Por ejemplo, «tengo miedo de las serpientes porque creo que son, en general, venenosas». Si, tras conocer mejor a esta especie, descubriera que en realidad muy pocas lo son o que las que lo son no viven en mi entorno, mi creencia cambiaría y, supuestamente, también mi emoción. Quizá aún sentiría cierta aprensión ante las serpientes, pero ya no diríamos que tengo miedo en sentido estricto. De hecho, si persistiéramos en nuestro miedo hablaríamos de un temor irracional o recalcitrante. Ya no diríamos que mi miedo es racional, más bien se hablaría de una fobia.

En ese sentido, según Alcaraz, «de la misma manera parece que no es racional sentir miedo o pena por seres que sabemos que no existen, como Drácula o Ana Karenina. Cuando vemos una película en la que el vampiro ataca a sus víctimas no creemos que realmente esté sucediendo todo lo que vemos en la pantalla o que exista alguien como Drácula. ¿Cómo es posible, entonces, que sintamos miedo? ¿Es racional sentir esta emoción ante cosas que sabemos que no existen? Estas son las preguntas que dan lugar a la conocida como paradoja de la ficción».

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